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La política despeinada

Un perfil de Daniel Arbulo

No tienen la prensa que sí ostentan en las grandes ligas, pero los gobiernos locales implican una cuota de poder importante y un peldaño apetecible en el itinerario político. Con 34 años, Daniel Arbulo (Partido Socialista) recorre sus primeros quilómetros desde su escaño en la Junta Departamental de Montevideo, un laboratorio donde intenta hacer su propio experimento político.

 

La lluvia lava las calles de Malvín Norte mientras Daniel Arbulo pone el agua para el mate en su casa de la cooperativa de viviendas El Timón, sobre la calle Pedro Cosio. De vez en cuando renguea. Un día antes se ligó una patada jugando al fútbol con sus amigos. Pero ese no es un motivo para que el “Rulo” ­–como se lo conoce en el barrio, en la Junta, en el partido, por su look peludo de antaño–detenga el trajín que desde hace diez años lo trajo desde su Florida natal a la capital. Desde aquel lejano 1995 en que la llegada a la gran ciudad lo encontró estudiando en el iava hasta ahora, el Rulo pasó de ser un simple militante a ocupar la secretaría general de la Juventud Socialista y, luego, un lugar en el Comité Central. En 2010 apareció en tercer lugar en la lista del Partido Socialista (ps) para las elecciones departamentales. Fue electo edil en mayo de ese año, y desde ese momento ocupa el despacho más pequeño de la Junta Departamental. “Gilié. Los que llevan más tiempo acá adentro me ganaron de mano”, bromea, mientras despliega sobre su escritorio la pantalla de su computadora portátil. Con un lenguaje llano, propio de una nueva generación que asoma en la política, se detiene en la siempre convulsionada interna socialista, que lo encuentra del lado de los “renovadores”.

—Yo soy renovador porque soy socialista. No se puede pensar que renovadores y ortodoxos sean dos compartimentos cerrados. De hecho, hay muchos compañeros que hoy aparecen como fervientes renovadores pero que hace unos años podían ser identificados claramente con el garganismo.
—Mónica Xavier, por ejemplo.
—Por ejemplo. Mónica fue candidata de ese espacio. Y las cosas que está planteando ahora también las planteaba antes. Entonces creo que estas identidades sólo le sirvieron a algunos operadores de la interna. Es esa cosa de decir: “Nosotros somos una cosa, ustedes son otra…”.
—Ahora, otros con similar trayectoria siguen defendiendo una concepción, digamos, más consustanciada con la izquierda tradicional. Guillermo Chifflet, por ejemplo, renunció a su banca cuando se votaba el envío de tropas a Haití, durante el primer gobierno del Frente Amplio (fa).
—Yo creo que la decisión que él tomó, la personal, está bien. Yo tengo mi discrepancia sobre su postura al respecto. Guambia, que hay un montón de compañeros que no se identifican con un espacio o con otro.
—Inetiquetables.
—Sí. Yerú aparece hoy en día como renovador. El “Chueco” Barrios también. Pero hace siete años, ¿dónde estaban? Hablo de ellos dos porque son tipos que para mí fueron y son referentes. Yo creo que el partido empezó a dar algunos debates, y comenzó a romper con esos compartimentos estancos. Hay quienes se quieren quedar en esa: con éste no hablo, y con el otro no sé qué. Y eso le es funcional sólo a algunos, no al partido. Yo me comí tremendas puteadas cuando era dirigente de la Juventud Socialista y votamos por un grupo de compañeros que se definían como ortodoxos, entre otros a Mónica Xavier. Esa me la cobran hasta hoy. No es cuestión de hacer un censo de dónde estuvieron y dónde están los compañeros, a lo que voy es que no existen bloques absolutamente compartimentados que no tengan diálogo, cruce o debate, tal como se los presenta. Y cuando se generan estos bloques siempre les sirven a un bloquecito para generar una identidad en contra de. Pasó siempre, en el movimiento estudiantil o en el sindical. Y siempre es la oportunidad para tildar de “traidorzuelo” al que tira puentes para el otro lado. ¿Guillermo Chifflet? Yo estoy seguro de que es un tipo de construcción amplia de partido, que trasciende esas categorías. ¿José Díaz? Yo no lo pondría en ningún lado.

En la vidriera de su despacho, que los ediles por lo general eligen para visibilizar sus preferencias políticas, asoma una imagen de Walter Medina, un estudiante asesinado por la dictadura en julio de 1973 que se convirtió en un emblema para los jóvenes socialistas. También está la imagen del maestro Julio Castro. Y un cartel, el más grande, donde se lee: “Vos elegís sobre tu cuerpo”. El afiche insinúa su postura sobre el tema del aborto. “Tabaré se fue luego de que el partido votara por unanimidad una declaración contraria al veto”, suelta, sin edulcorantes. “Esa foto del ps reivindicando la despenalización del aborto y las herramientas para que las mujeres tengan condiciones para decidir sobre una realidad que las atañe no me la olvido más. Esa es la historia. Así somos”, dice.
—¿Qué imagen deja la consulta sobre el aborto?
—Dos imágenes. La primera es que hay una derecha conservadora que no tiene mayor capacidad de movilización. Y la segunda, que el uruguayo no es tan hipócrita como uno pudo haber llegado a pensar.
—La posición de Tabaré también deja un regusto amargo en buena parte de la izquierda.
—Sí. Yo creo que Tabaré fue coherente con esa visión. Para mí le erró de acá a Pando, pero es su perspectiva. A mí no me gusta que Tabaré tenga esa visión, pero la tiene. Algunas organizaciones asumimos un costo político importante por criticar esa postura. Que haya estado en la presentación del libro me parece más complicado todavía en términos de la crítica que realizó a los compañeros. No me gustó lo del libro. Lo más jodido fue con quiénes lo presentó.
—Pero va a ser candidato.
—Yo creo que es candidato, sin dudas, pero no creo en los candidatos naturales. Cuando en política se naturalizan cosas me parece que vamos por mal camino. Eso es lo que hace la derecha, más allá de que luego inventen candidaturas fantasmas y esas cosas. Quiero varios candidatos porque me parece que genera una lógica de mostrar distintos perfiles que está buena. Pueden ser complementarios o contradictorios, pero el Frente es todo eso junto, incluso con sus contradicciones. No lo veo como una señal de debilidad, sino todo lo contrario.

LA CIUDAD PENDIENTE. Por su calidad de edil, el Rulo recorre permanentemente la ciudad. Una muestra de ese trille constante puede encontrarse en su cuenta en la red social Twitter, donde escribe mensajes abundantes en gerundios, siempre en movimiento: mientras visita tal o cual zona, informa sobre las sesiones de la Junta o participa de reuniones partidarias. Pero un diagnóstico sobre los 23 años de gobierno en Montevideo se vuelve imposible en la lógica de los 140 caracteres.

—¿Qué pasa en Montevideo? ¿Se agotó un relato? ¿No hay ideas?
—Creo que estamos en un momento donde este gobierno intenta revertir ciertas cuestiones estructurales. Hay tres cuestiones: una que tiene que ver con la gestión, con el gobierno, otra que tiene que ver con la ciudadanía, y luego una tercera vinculada a la construcción de puentes entre el gobierno y la ciudadanía. Creo que en el gobierno no nos hemos convencido lo suficiente de la importancia de algunas líneas de trabajo. Por ejemplo, nosotros tenemos 92 mil usuarios de salud que se atienden en la Intendencia de Montevideo, pero el Sistema Nacional Integrado de Salud no transfiere un solo peso a las policlínicas de Montevideo. Ahí tenemos un problema. Tenemos otros, como el hecho de que muchas de las inversiones que hicimos ahora recién se van a ver al final del período. El 2011 lo terminamos con un 21 por ciento de inversión. Nadie te invierte el 21 por ciento de nada. ¿Por qué era eso? Porque terminamos asumiendo responsabilidades que venían de antes. Tenemos responsabilidades en la gestión de los funcionarios: con gente contratada sólo de lunes a viernes para el tema de la limpieza es muy complicado. Yo creo que son errores de gobierno. Puede haber más. ¿Qué hace el gobierno con eso? Intenta revertirlos. ¿Podemos hacer más? Sin duda, en espacios públicos creo que tenemos que lograr más (plazas) Liber Seregni… innovar y trasmitirle a la ciudadanía que estamos trabajando fuerte en esa dirección.
—Ahora, las encuestas están dando muy mal.
—No estamos logrando que la ciudadanía nos lleve el apunte en algunas cosas. Pero en otras pasa lo contrario: en el parque Andalucía, que antes era un asentamiento, hoy tenés gente practicando deportes, apropiándose del lugar. Hay transformaciones como estas que son radicales.

La entrevista se corta abruptamente por los ladridos de Cachete, la mascota familiar, un enorme perro negro que arrastra a su paso una muñeca Barbie. Estefanía, su novia –una militante de Asamblea Uruguay que trabaja en el despacho de la diputada Bertha Sanseverino-, baja las escaleras con Paulina, la más grande de sus dos hijas. El Rulo se detiene por unos minutos. “¿Vas a extrañar a papito?”, le pregunta. La niña, algo avergonzada, responde con un tímido “Sí”. Al padre se le cae la baba, pero enseguida vuelve el edil. Y siempre asoma el socialista.

—No hemos logrado transformar radicalmente la recolección de residuos en la capital. Montevideo sigue sucia. ¿Por qué? Porque ha habido problemas de gestión, que yo mencionaba antes, pero además porque no tenemos a la gente comprometida con esto. Pero ojo, acá hay una ciudad que está cambiando: el hotel Carrasco, la renovación de Kibón, el Antel Arena, la terminal de Belloni, los corredores de General Flores y Garzón, el Mercado Agrícola… son obras grandes, de altísimo impacto. Para mí, que viví en la Ciudad Vieja, no es lo mismo caminar ahora que hace diez años. Pero claro, andá a decírselo a un gurí que no conocía esa otra Ciudad Vieja. Y por eso ahora la gente pide otra cosa. No nos achacan una gestión espantosa: nos piden otra cosa.
—¿Cuál es esa otra cosa?
—Por ejemplo, nosotros nos tendríamos que plantear una lógica en el transporte donde podamos interconectar el ómnibus con trenes de cercanías en el área metropolitana. En esa línea es que va la terminal multimodal de Colón, pero hay que trabajar mucho más. Hay que apuntar a un servicio de máxima calidad en el transporte. Creo que ahí hay una punta. ¿Qué más? No sé, si no sería yo el candidato y no el pelado Martínez…
—Lo querés de candidato a Daniel Martínez.
—Sí, yo lo quiero de candidato. Pero no como único candidato, sino como uno más.
—Ha habido algunas advertencias sobre que el Frente podría perder Montevideo en las próximas elecciones.
—No, no me afilio a la tesis de (Adolfo) Garcé. Me parece un disparate. A veces falta ponerle el lente a la oposición. La derecha le pidió la renuncia a la viceintendenta sin tener siquiera el informe que se le había encargado a la Corte Electoral. Yo ahí le pedí, por dignidad, la renuncia al diputado Fernando Amado. Blancos y colorados no tienen un programa para Montevideo. Hacen estas cosas, lanzan consignas.

DE FLORIDA A MONDRAGÓN. El Rulo preside desde hace tres años la Secretaría de Organizaciones Sociales de su partido. Esa designación no se explicaría del todo si no fuera por su periplo en el movimiento cooperativo, al que llegó cuando la crisis de 2002 lo obligó a trabajar custodiando la obra de una cooperativa de viviendas, en plena Ciudad Vieja. “Me acuerdo de que pasé un año nuevo cuidando la obra. Fue un momento complicado”, repasa. A las noches de insomnio le seguían largas jornadas en la Facultad de Ciencias Sociales, donde cursó la licenciatura en sociología. Actualmente Daniel estudia a distancia un máster en gestión de empresas en la Universidad de Mondragón, el grupo de cooperativas que recientemente ha sido enarbolado como ejemplo de modelo autogestionario por José Mujica de visita en tierras vascas.

—Los tipos tienen un proceso de intercooperación muy interesante. La prioridad es el trabajo y no la herramienta. Tienen círculos en donde cooperativas que les va bien apadrinan a las que les va mal. Se complementan. La otra lógica es la de la capacitación, la investigación y la prospectiva. Piensan en términos de sectores, y asimilan sectores desarrollados con otros por desarrollar. Eso hace que los tipos hayan incrementado su facturación en plena crisis. No es poca cosa. La mayoría de las cooperativas de Mondragón acaban de hacer un renunciamiento monetario para salvar a Fagor, que es la cooperativa original del grupo, que estaba en una situación complicada. Me preguntarás si esto es trasladable a Uruguay. Supongo que algunas cosas sí, pero esa es una discusión que hay que dar. Creo que hay algunos apriorismos que se mantienen en la izquierda, aun entre los que defendemos el cooperativismo, por ejemplo que las cooperativas son ineficientes, o que no pagan, o que son para pobres.

“El problema es pensar que el cooperativismo es la panacea”, lanza cuando se lo interpela por las frustraciones de las empresas autogestionarias que claudicaron. “Es una herramienta interesante, pero no es la única. Este tercer sector que no son sólo cooperativas, sino un montón de organizaciones solidarias, ong, clubes de trueque, ferias francas, implican un cambio de cabeza muy salado”, dice, antes de adentrarse en los puntos de contacto entre el modelo de la autogestión y la perspectiva socialista. “Para mí, el cooperativismo es una herramienta fundamental dentro de una perspectiva socialista. Pero yo no quiero un Estado hegemónico. Quiero a los trabajadores organizados, porque es ahí donde está el futuro”, sostiene. Y es ahí cuando el cooperativista se fusiona con el socialista.

Escuela política

Cada vez con más frecuencia, el edilato se vuelve un trampolín para la Cámara de diputados. La actual aritmética electoral, por la cual en Montevideo un edil necesita más votos para ser electo que un diputado, ha incentivado a algunos sectores a generar en las juntas departamentales verdaderas escuelas políticas de cara al futuro. Por esas cañerías de la política empieza, muy de a poco, a bombear agua fresca. Sin embargo, sostiene Arbulo, “en el caso de los socialistas no hay evidencia de que el edilato sea un trampolín a la diputación”. Aunque enseguida transpira las ganas: “No me molesta romper las estadísticas, pero todo depende de la coyuntura”.

Contraseñas

Imágenes. “¿Una película? 25 Watts. Es parte de mi adolescencia, la de un guacho del Interior. Eso combinado con la historia de un militante estudiantil. Las boludeces que hacían los tipos las hacíamos todos, eso de tocar el timbre y salir rajando, por ejemplo.”

Sonidos. “Canto popular, pero Zitarrosa y el Sabalero. Diez décimas de autocrítica, del Flaco. Pero pierdo cotidianamente en las asambleas familiares.”

Lecturas. “Bernabé, Bernabé (de Tomás de Mattos), que cada tanto lo vuelvo a leer, y otro que me marcó de chico, Corazón, de Edmundo de Amicis.”

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