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En cartelera: Scream

Retrocede diez casillas

Difusión

Cuando en una entrevista la revista US Weekly le preguntó al escritor Kevin Williamson –guionista de la Scream original y productor ejecutivo de esta película1– por qué no la titulaban Scream 5, respondió: «Acabamos de descartar ese título, pero creo que nunca se podría haber llamado así. No creo que nadie quiera ver la quinta parte de nada». Es decir que, por una movida de marketing, la producción se juega al reboot, al reinicio, como si la saga antigua hubiera terminado. O sea, un engaño perpetrado para captar espectadores desprevenidos. Pero lo cierto es que, a diferencia de otras reboots en las que la historia previa se borra para comenzar de cero una anécdota con la misma iconografía y el mismo espíritu, pero con personajes nuevos e ideas diferentes, aquí la cronología continúa. Hay jóvenes nuevos –Scream 4 es de 2011–, pero también aparecen los «veteranos» cincuentones que protagonizaron las entregas previas. Como ocurre en una inmensa parte de estas películas hollywoodenses que pululan en las carteleras comerciales, se apela a la nostalgia, a las fórmulas que funcionaron en el pasado y, por supuesto, a las autorreferencias masturbatorias.

En la Scream original –la de 1996– hubo tres grandes aciertos. El primero de ellos fue la creación de Ghostface, todo un ícono del cine de terror de la época –básicamente una máscara inspirada en El grito, de Edvard Munch, cuyo cuerpo está cubierto con una capa negra–. El segundo fueron las referencias lúdicas y metacinematográficas en los diálogos: tanto las víctimas como los victimarios eran expertos en cine slasher, con lo que la cacería se convertía en una interesante y de a ratos original reflexión en torno al subgénero. El tercero, un tono que oscilaba notablemente entre la parodia y el terror real, por lo que el espectador fluctuaba entre la risa y el miedo. Por supuesto, lo que fue novedoso en su momento se ha convertido hoy en algo bastante trillado y, a diferencia de lo que cabía esperar, no hay nada en esta nueva Scream que la lleve a destacarse o al menos a diferenciarse de sus predecesoras.

Como si siguiera cansinamente los formatos preestablecidos, la película recae en una especie de whodunit: se presentan varios sospechosos que conversan y se acusan entre sí, cuyo número va viéndose reducido conforme son rebanados. Por acá y allá escuchamos alguna de esas llamadas telefónicas macabras en las que los psicópatas aterrorizan a sus víctimas. A eso se suman amoríos en los que nadie cree, nuevos reencuentros y más y más referencias al pasado. Los conflictos hacen agua, los personajes se separan por razones absurdas y se hace bastante difícil empatizar con ellos, ya que el libreto los hace proferir estupideces non-stop. Hay un par de buenas actrices: la adolescente Jenna Ortega convence en cada una de sus escenas, pero la protagonista Melissa Barrera se esfuerza por sobreactuar en cada toma. Del mismo modo, de la vieja camada vuelve Neve Campbell a aportar fuerza y carisma, pero Courteney Cox (la de Friends) es el artificio hecho carne (y botox).

Scream (5) goza de buena taquilla e, increíblemente, también de aceptación crítica, lo cual lleva a pensar en si el análisis cinematográfico –al igual que el promedio de las películas mainstream– no habrá bajado drásticamente su nivel.

1.  Scream. Matt Bettinelli-Olpin, Tyler Gillett, 2022.

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