Listo. Denle el premio. En sus dos volúmenes, Esta noche toca Charly es el mejor libro sobre música que se escribió en Argentina. ¿Suena exagerado? Roque di Pietro se propuso reconstruir la vida y la obra de Charly García escuchando cada uno de los cientos y cientos de conciertos guardados celosamente en la gigantesca bóveda pirata de la patria Say No More a lo largo de más de medio siglo de actividad febril. ¿De qué otra manera podría sonar? Exagerado es poco.
A ver. En el mapa del rock and roll todavía se sostiene la estatua de la paradoja definitiva: una música esencialmente performática (Sergio A. Pujol dixit) cuya historia está contada a través de los discos. Una cultura hecha de sudor y gestos narrada en la cápsula presurizada del estudio de grabación. Atento a la contradicción, Di Pietro se metió en camisa de once varas: reconstruir la obra del artista argentino que hizo del escenario la cama y el living de su propia casa.
Publicado recientemente por la editorial Gourmet Musical, el segundo tomo de Esta noche toca Charly cubre el arco que se abre en 1994 y se cierra en 2009, es decir, desde la riña callejera en Barcelona que le entregó el nombre de su disco negro (una catalana gritándole a otra: «Porque yo he sufrido musho, porque yo… ¡soy la hija de la lágrima!») hasta el milagroso concierto de reaparición frente a la basílica de Luján. «¿Qué fue Say No More? ¿Una genialidad conceptual o un concepto para ocultar una obra de baja intensidad? ¿El revulsivo crepúsculo de un artista que no quiere aceptar el inicio de su declive o su estupenda reinvención para evitar una jubilación artística a los 40 y pico de años?», se pregunta Di Pietro en el prólogo.
Siguiendo la metodología fundada por la dylanología, Di Pietro posiciona su propio telescopio Hubble en el planeta García y toma notas obsesivamente. Atmósfera, superficie, temperatura, rotación, composición geológica. A veces, el escudriñamiento parece salirse de control y alcanza un rictus de comedia. Por ejemplo, ahora no solo sabemos que la patente del Peugeot 405 GR rural –de cinco puertas– que García compró en enero de 1996 era APE 33, sino también que fue pagado con guita contante y sonante recién cobrada en las ventanillas de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música. Por ejemplo, ahora sabemos que el fanático que le gritó: «Sos más grande que Lennon» en la introducción de «Sittin’ on the Dock of the Bay» registrada para el disco Casandra Lange tiene nombre y apellido: Gerónimo Nazareno Podestá. Tranquilos, podemos reírnos con el autor. Di Pietro participa del juego, pero no se detiene. El tipo tiene una misión. Atrás del dato, parece decirnos que hay algo. Tiene que haber algo. Un pensamiento.
A diferencia de buena parte de los periodistas, no da por verdad incuestionable cada cosa que dice su objeto de estudio. Tampoco por mentira. Simplemente cruza datos, revisa archivos, hace entrevistas. Nada extraordinario. Debería ser un paso habitual del oficio, pero hoy es una excepción. Así, desmantela el propio mito de origen de García. Durante decenas y decenas de entrevistas, el músico dijo que su vida cambió cuando escuchó «There’s a Place», de The Beatles, y su oído absoluto quedó alterado por la armonía. «El secreto es que tiene una novena», repitió mil veces. Bueno, resulta que no hay novena, es decir, ningún acorde formado con una nota en el noveno intervalo. Ok, no es tan difícil de averiguar. Pero ¿alguien se tomó el trabajo? En ese sentido, el libro es una celebración y una crítica del periodismo.
No es casual. García recibió la atención de los medios de comunicación desde la edición del disco debut de Sui Géneris, pero con La hija de la lágrima se convirtió definitivamente en un fetiche. Su música, de algún modo, sirvió y se sirvió de esa bandeja. Nunca sabremos qué fue primero. «En los noventa Charly dejó de hablar por todos y solo pudo referirse a su propio dolor. De eso hablan La hija de la lágrima y Say No More, sus principales obras de la década», dice Martín Pérez. Reproducidos en páginas y páginas, los titulares de diarios y revistas pendulan casi ecuménicamente entre la noticia musical y el mero escándalo. ¿Cómo es que García pasó de discutir las propiedades de la comida macrobiótica en las páginas de Expreso Imaginario a celebrar su cumpleaños número 43 en el programa de variedades de Julián Weich? La respuesta está soplando en el viento.
Una idea. Aunque la mayor parte del planeta no lo advierta (o sea incapaz de hacerlo), Yoko Ono es tan importante para la historia de la cultura pop como el propio John Lennon. Claro que la mera idea de convertir la vida de las celebridades en una instalación no le pertenece, pero introdujo el concepto en la obra de un beatle. O sea, no hay Plastic Ono Band sin Yoko, no hay Imagine sin Yoko. O sea, no hay Say No More sin Yoko. O sea, cada vez que García atiende a un periodista tirado en la cama, no tiene en la cabeza a Juan Carlos Onetti: está pensando o ya ha dejado de pensar en Yoko Ono. Le pese a quien le pese.
En ese sentido, causa un poco de melancolía que el debate público de 1994 no gire alrededor de un affaire onda Wanda Nara (nota: si la China Suárez mandó fotitos, Mauro Icardi no se estaba chupando el dedo), sino alrededor del valor de un disco como La hija de la lágrima. Esgrimiendo un título maniqueo como «¿Obra cumbre o disco olvidable?», el suplemento Sí! del diario Clarín despejó la arena de la disputa con una suerte de encuesta y recuperó un viejo modelo de la revista Downbeat: la crítica «a favor» versus la crítica «en contra». A la distancia, ambas reseñas son apenas militantes. La crítica de Sergio Marchi no ofrece mayor elucidación, pero es notable cómo el artículo de Pablo Schanton vuelve como un búmeran. Embanderado con la renovación sónica del nuevo rock argentino, Schanton le pega a su punching ball con argumentos válidos y otros paradójicamente conservadores, como la «desafinación». Arrojada desde la misma vereda que Melero, esa bala tiene la pólvora mojada.
El clímax de este segundo volumen tiene dos caras: por un lado, el recital que García ofreció el 20 de enero de 1996 en el autocine de Villa Gesell; por el otro, la gira cuyana de junio de 2008. Acercarse en puntas de pie a estos dos eventos resulta casi intolerable. Di Pietro reconstruye cada uno de estos episodios como si fuera la escena de un crimen: pruebas de sonido, catering, transporte, lista de temas, cachet, clima, farmacopea, reporte clínico, etcétera. En la cumbre del menemato, el célebre concierto del «drogas sin sol» es una inmolación. Say No More se come a García en un moroso ritual antropofágico. La gira cuyana parece una película de Gaspar Noé. El libro pone sobre la mesa hasta los tickets de las estaciones de servicio, pero cada uno de los datos se pierde en el agujero negro. Sin plata para pagarle a su dentista, el artista más importante de la historia argentina tiene que viajar hasta la cordillera con una gripe galopante y un equipo lleno de bajas. Tomar mucha merca es lo de menos. Lo importante es la tristeza. La infinita e insoportable tristeza. El escenario vacío. El libro muerto de pena. El dibujo destruido. La caridad ajena.
Como si fuera un samurái, Di Pietro hace esfuerzos sobrehumanos para no mostrar la hilacha. Sin embargo, en el final de su libro, capitula con un gesto de elegancia. En lugar de cerrar el volumen Say No More como pide la precisión histórica, traiciona su rigor y estira la cronología hasta el 30 de marzo de 2009: el día del show de regreso en Luján. Así, en lugar de cerrar su saga con la caída de la torre de los bigotes gemelos, elige esperar a que García se recupere. Decide arruinar el prestigio que acumuló concienzudamente a lo largo y ancho de 1.300 y pico de páginas por incluir nueve meses de silencio y el concierto de un paciente en una remota plaza del conurbano bonaerense. Ese es el aguante.
Esta noche toca Charly. Un viaje por los recitales de Charly García. Tomo 2: Say No More (1994-2008), de Roque di Pietro. Gourmet Musical Ediciones, Buenos Aires, 2021. 696 págs.