El código genético del SARS-CoV-2 ha estado disponible desde enero. Por entonces conocíamos muy poco sobre los pormenores de los coronavirus, pero al menos sabíamos que se abren camino al interior de las células huésped mediante un complejo proteico conocido en inglés como spike (los «picos» o «puntas» que se observan en la superficie del virus). Si se bloquea esa espícula con una vacuna que genere anticuerpos en su contra, se habrá bloqueado al virus.
Hay múltiples maneras de hacerlo. Se puede usar una versión «muerta» del propio SARS-CoV-2 o recurrir en su lugar a un virus diferente, «vivo» pero inocuo para nosotros y con el spike acoplado encima suyo; también es posible usar la proteína de la espícula a la que se agrega un adyuvante (algo que promueva una respuesta inmune agresiva) o echar mano al ARN mensajero en el que se codifica un fragmento de spike, de modo que las células del sujeto inoculado produzcan la proteína por sí mismas.
LO QUE SE SABE (Y LO QUE NO)
Por fortuna, dos vacunas de ese último tipo demostraron ser eficaces. Tanto la de Pfizer-Biontech como la de Moderna tienen un 95 por ciento de efectividad a la hora de prevenir una infección sintomática. Puesto en contexto, se considera satisfactorio cuando la vacuna anual contra la influenza estacional es efectiva en un 60 por ciento. Por ponerlo en términos futbolísticos, estos son goles que sólo podría haber hecho Maradona. E incluso así uno se queda corto a la hora de transmitir lo extraordinario que es haber creado, en menos de un año y con tecnología previamente inexplorada, una vacuna que posee una efectividad del 95 por ciento contra un virus completamente nuevo.
Las buenas noticias no terminan ahí. También ha resultado ser muy eficaz la vacuna de Astrazeneca-Oxford, en la que la espícula viene acoplada a un virus de chimpancé genéticamente modificado para resultar inofensivo a los humanos. Si no hubiera sido por el llamativo éxito de las vacunas de ARN mensajero, hoy sería motivo de celebración el anuncio de Astrazeneca-Oxford de que su vacuna tiene un 70 por ciento de efectividad.
Se trata, en este caso, de una cifra compuesta. Detrás de ella hay dos ensayos ligeramente diferentes, uno en Brasil y otro en Reino Unido. Cuando se administraron dos dosis completas de la vacuna, se encontró que tenía un 62 por ciento de eficacia. Pero en parte del ensayo británico se dio a los participantes una media dosis primero y una dosis completa después, mientras el grupo de control recibió una vacuna contra la meningitis. Al parecer, este último régimen tuvo una efectividad del 90 por ciento. Curiosamente, fue descubierto por accidente. Astrazeneca explicó que había tenido la intención de administrar una primera dosis entera y que reducirla a la mitad fue «una serendipia» (lo que los científicos normalmente llamarían un error).
Al momento de escribir este artículo aún no se han publicado por entero los detalles del estudio y, por lo tanto, no se puede dar por seguro ese 90 por ciento de eficacia. De todos modos, es biológicamente plausible. Una eventual desventaja de acoplarle la espícula o proteína spike a un virus diferente es que quien recibe esa vacuna también generará anticuerpos contra ese otro virus. Quizás estemos ante un caso en el que la dosis inicial más pequeña proporcionó una cantidad suficiente de spike, pero sin inocular demasiado del vehículo viral.
No es más que una conjetura y todavía se investiga si efectivamente eso es lo que sucedió. No obstante, esa es la razón por la que Sputnik V, la vacuna rusa, utiliza, en sus dos dosis, dos tipos de virus ligeramente diferentes. Rusia ha dicho que Sputnik V tiene una eficacia del 92 por ciento. Si bien es cierto que a los científicos rusos se les puede perdonar que sean reacios a dar malas noticias, lo cierto es que cualquier vacuna que provoque una buena respuesta a la proteína spike funcionará bien.
¿Por qué podría alcanzar con el 62 por ciento de Astrazeneca? Bien, hay una estadística aún más prometedora detrás de las grandes cifras generales: no se reportó ningún caso grave de covid-19 en ninguno de los grupos de voluntarios a los que se administró la vacuna en los ensayos clínicos. De esto se desprende que, incluso en aquellos desafortunados en quienes no previene una infección sintomática, la vacuna al menos logró prevenir que se desarrollara una infección grave.
Aún no sabemos si reducir la gravedad de los síntomas es lo único que estas vacunas pueden hacer. En principio, puede que conviertan en infecciones leves lo que hubieran sido infecciones graves y en infecciones asintomáticas lo que hubieran sido infecciones leves. Pero es importante saber si, además de reducir la gravedad de los cuadros clínicos, también previenen los contagios. De lo contrario, una infección asintomática o leve en una persona vacunada podría transmitirse a una persona vulnerable no vacunada.
Esto se analizó de forma directa en el ensayo de Astrazeneca en Reino Unido: los participantes se sometían a un hisopado semanal para verificar la presencia del virus. La prueba de Pfizer lo estudió de forma indirecta al revisar la presencia de anticuerpos contra la nucleoproteína viral. Tal presencia indicaría un contagio, ya que la vacuna sólo induce la generación de anticuerpos contra la espícula, en contraste con la acción del propio virus, que también induce a nuestro organismo a producir anticuerpos contra su nucleoproteína (vital para el virus, pero de dudosa importancia como objetivo de nuestro sistema inmunológico).
La apuesta actual es que las vacunas de un 90 por ciento o más de eficacia serían útiles para prevenir también un número significativo de casos asintomáticos. Si eso se confirma, finalmente podremos empezar a hablar del fin de la pandemia.
EL PROBLEMA DE LA DISTRIBUCIÓN
Pero, entonces, ¿son las altamente efectivas vacunas de Pfizer y Moderna «mejores» que la de Astrazeneca? Aún no podemos llegar a esa conclusión. Los resultados informados hasta ahora no son comparables de forma directa: los ensayos utilizaron definiciones de caso algo diferentes y se hicieron en distintos países en distintos momentos. Tendremos más información cuando se publiquen los datos completos de cada estudio. Lo cierto es que las vacunas de ARN mensajero tienen una desventaja tanto en su precio (más elevado) como en su distribución. La vacuna de Pfizer debe almacenarse a -70 grados Celsius, lo que provoca importantes dificultades logísticas, que en algunos casos son insolubles.
Esa vacuna tuvo, no obstante, la ventaja de reclutar a sus voluntarios principalmente en Estados Unidos. Gracias a la asombrosa incompetencia del gobierno de Donald Trump en el manejo de la epidemia, no faltaron contagios entre los participantes no vacunados, lo que ayudó a los ensayos de Pfizer a alcanzar los números necesarios antes que otras pruebas. Por lo pronto, la vacuna de Pfizer ya ha sido aprobada para su uso por la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios del Reino Unido, por la Administración de Medicamentos y Alimentos estadounidense y por las agencias reguladoras de Canadá, Chile, México, Arabia Saudita, Bahréin y Singapur.
Queda preguntarse cuántas vacunas habrá disponibles. Dado que todas las que hoy están en las etapas finales de sus ensayos clínicos inducen a la producción de una gran cantidad de anticuerpos contra la espícula, parece que tendremos un buen número de candidatas para elegir. Nuevamente, se trata de una excelente noticia. Será necesario vacunar a la mayor parte de la población lo más rápido posible, de modo que cuantas más vacunas se puedan fabricar en distintos lugares y de distintas formas, mejor.
Los países más ricos podrán pagar fácilmente por las vacunas de ARN mensajero (cuyos precios fluctúan entre los 19,50 y los 37 dólares la dosis). Astrazeneca, por su parte, ha anunciado que «durante la pandemia» no tiene como objetivo obtener ganancias a partir de su vacuna y, por lo tanto, la venderá a unos 3 dólares la dosis. Sería deseable que otras empresas siguieran su ejemplo.
FINAL A LA VISTA
Ninguna de estas vacunas funcionará, sin embargo, hasta que no sean aplicadas. En algunos países, ya en las próximas semanas se vacunará a un número significativo de trabajadores de la salud y de los servicios sociales, y se comenzará a inocular a las poblaciones de pacientes más vulnerables, pero el gran despliegue se realizará recién el año que viene. Mientras tanto, lo recomendable es ser extremadamente cauteloso y suprimir tanto como sea posible –y razonable– la transmisión del virus. La mayoría de las medidas estrictas de distanciamiento social serían insoportables si se las aplicara durante muchos meses o durante años, pero hoy tenemos ante nosotros, al menos en lo que a técnica se refiere, el mejor escenario posible en materia de vacunas. La continua propagación de la enfermedad costará ahora vidas y medios de subsistencia, pero dentro de unos meses, si los más vulnerables fueron vacunados, estaremos volviendo a una casi normalidad. El distanciamiento social hasta que llegan las vacunas es clave.
¿Hay alguna manera de lograr algo más parecido a la normalidad antes del despliegue masivo de las vacunas? Probablemente. En su momento, otros países, como Corea del Sur, lo lograron. Un hecho clave sobre este virus es que algunas personas son contagiosas pero asintomáticas y es evidente que hay mucha transmisión antes de que las personas eventualmente desarrollen síntomas. Por consiguiente, la única manera de prevenir esa transmisión, sin insistir en medidas estrictas de distanciamiento social para todos, es mediante la realización de testeos y de un rastreo exhaustivo.
El final está a la vista. Estábamos muy mal preparados para una pandemia de coronavirus en marzo, pero ahora podemos pensar que si en 2022 surgiera otro virus similar, no cometeríamos los mismos errores. Sin embargo, debemos estar atentos para no aprender las lecciones equivocadas. Tener varias vacunas altamente efectivas para este virus terrible cuando ha pasado menos de un año es un logro bastante asombroso. De hecho, está entre las cosas más grandes que hemos logrado como humanidad. Hemos sido hábiles, pero lo cierto es que también hemos tenido suerte. Una vacuna contra el SARS-CoV-2 resultó ser relativamente fácil de desarrollar. El virus que cause la próxima pandemia puede no ser tan indulgente.
Rupert Beale es Doctor en Medicina por la Universidad de Cambridge y líder de grupo del Laboratorio de Biología Celular de Infecciones del Instituto Francis Crick de Londres.
(Publicado originalmente en inglés en London Review of Books bajo el título «Get the jab!». Brecha publica fragmentos con autorización.)