La tensión aparece con los peces muertos sobre el agua. Después, comienzan los vientos feroces, la niebla roja, la desaparición de los pájaros, la lluvia que nunca llega. La gente comienza a huir de la ciudad portuaria y a colonizar las antes casi deshabitadas ciudades «de adentro». La costa se vacía y las pocas personas que quedan en la ciudad se retraen a zonas protegidas de ese viento feroz que arrasa y enferma a la gente en una suerte de epidemia que se deja ver en los brazos, en los rostros: tiras de piel desprendiéndose, como grandes sarpullidos en todo el cuerpo. En ese mundo casi apocalíptico, en el que a la lejanía se ve arder en llamas la fábrica más grande del país, una mujer de 40 años vaga entre sus afectos: una madre casi cruel a la que debe volver a ver y con quien intenta ...
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