La maternidad es, hoy en día, un nudo corporal y semántico, concreto y abstracto, que está tratando de empujar para volver a encontrarse en el centro de los debates dentro de un movimiento feminista global que parece tener una disposición mayor para dar otras disputas conceptuales. En América Latina, las luchas contra los diversos modos y métodos de coerción de las mujeres que derivan en miles y miles de casos de maternidades obligatorias incluyen reclamar hasta el hartazgo por la despenalización legal y cultural del aborto, impedir que se obligue a parir a las niñas, desmontar los imperativos de procreación que ejercen los fundamentalismos religiosos sobre los cuerpos de las mujeres, enfrentar a las instituciones que crean y reproducen los mandatos heteronormativos, conseguir que la educación sexual integral sea parte del currículo obligatorio de la educación pública. Esa serie de presiones y urgencias cotidianas obliga a los feminismos a ocuparse menos –y de modo notoriamente insuficiente– de la inmensa exposición a la violencia que supone ser madre en medio de un sistema capitalista y neoliberal que hoy se nos revela, además, pandémico.
El enfoque abarcativo, riguroso y paciente que la periodista y socióloga Esther Vivas despliega en Mamá desobediente, su nuevo libro,nos ayuda a dimensionar la terrible complejidad del asunto. La autora trasciende en grande su experiencia individual como madre –aunque la toma como referencia y muchas veces deja que su emotividad impregne de una tonalidad más íntima un punto de vista en general objetivo– y se anima a exponer las aristas del problema, logrando una apuesta discursiva que hace frente a sus propias contradicciones y a las del movimiento para funcionar como un potente espejo social. Las preguntas sobre la crianza y los cuidados que atraviesan las vidas de las mujeres madres y no madres podrán hallar en este libro un montón de respuestas muy claras, pero se trata de una claridad que no nace de la subestimación de las lectoras ni de la imposición de una retórica privilegiada, sino de un pensamiento sistemático cuyo ordenamiento permite cargar a los conceptos de historicidad, estableciendo una serie de explicaciones y reflexiones que desarrollan de manera integral la evolución de las ideas sobre la maternidad que han surgido del feminismo en sus distintas épocas y contextos, muchas de las cuales se encuentran en pugna hasta el día de hoy.
Dividido en tres partes –«Maternidades en disputa», «Mi parto es mío» y «La teta es la leche»–, el libro aborda las herencias culturales, los mitos, las condicionantes económicas y de género, las tensiones entre ciencia y naturaleza, los absurdos del progreso, las formas de construcción de los miedos y prejuicios que existen en nuestras sociedades en torno a una de las tareas más subestimadas y más importantes para la especie humana: el sostenimiento de la vida. La autora plantea la necesidad de resistir a la idea clásica de maternidad patriarcal, esa que ata a las mujeres a las tareas domésticas, pero también es muy crítica con el discurso feminista que piensa que para obtener igualdad alcanza con ocupar espacios en el mercado laboral neoliberal. ¿Cómo hacemos para animarnos a ser madres feministas si nuestros modos de organización social nos obligan a elegir entre la maternidad y el trabajo? ¿Es real que tomamos nuestras decisiones con libertad si tenemos salarios miserables, si no disputamos la longitud de las jornadas laborales, si no se nos ofrecen garantías básicas como la vivienda, la alimentación, los derechos sexuales y reproductivos? ¿No le viene superbién a una parte del mercado que las feministas creamos que no debemos escuchar nuestro deseo de cuidar, aun cuando es genuino? ¿Quién ha pagado y continúa pagando el costo más alto en un mundo que insiste en que lo deseable es abandonar a las personas y en el que los bienes comunes no hacen más que reducirse de modo irremediable?
Mamá desobediente tiene también un costado esencialmente periodístico y algunos de sus datos son sorprendentes: las cifras de violencia obstétrica, los números que dan cuenta de la relación entre el amamantamiento y el negocio de la industria médica y farmacéutica, los porcentajes de mujeres que, cada vez más, deben postergar su maternidad o renunciar a ella. Asombra descubrir lo lejos que estamos de comprender de modo cabal la opresión y la violencia que han sufrido y sufren las personas que gestan y que cuidan, y lo urgente que resulta volver a concebir la maternidad como uno de los centros ineludibles para un pensamiento que busque propiciar prácticas políticas emancipadoras. La buena noticia es que ahora contamos con materiales como el de Esther, que recuperan y revalorizan nuestras formas ancestrales de resistencia, pero, a la vez, nos proponen formas de orgullo compartido menos culpógenas, menos sacrificiales, conscientes de que la revolución sigue siendo escuchar nuestro deseo en este caos.