La revuelta hongkonesa y las amenazas de EEUU - Brecha digital
La revuelta hongkonesa y las amenazas de Estados Unidos

El consenso imposible

La decisión de Beijing de imponer una nueva ley de seguridad nacional en Hong Kong encendió las alarmas en la excolonia británica y propició la amenaza de más sanciones por el gobierno de Donald Trump. China asegura que no vulnerará los derechos del enclave, pero la mayoría de sus habitantes no está de acuerdo.

Manifestantes bloquean las principales avenidas de la ciudad el 12 de junio de 2019, luego de violentos enfrentamientos con la Policía durante las protestas contra el gobierno / Foto: Afp, Philip Fong

La reacción popular ante la muerte por asfixia de George Floyd enfrió la ofensiva de la Casa Blanca contra Beijing y brindó al gobierno de Xi Jinping una excelente excusa para seguir adelante en la elaboración de una legislación de seguridad especial para Hong Kong. El pasado 28 de mayo, la Asamblea Popular Nacional de China resolvió avanzar con cambios a la ley básica que regula esa “región administrativa especial” para extender allí su jurisdicción.

Algunos medios chinos llegaron a regocijarse en los últimos días con la multiplicación de manifestaciones en Estados Unidos. Es el caso del oficialista Global Times,cuyo editorial del 31 de mayo luce un título sarcástico: “El hermoso paisaje se extiende de Hong Kong a Estados Unidos”. En efecto, un año atrás la presidenta de la Cámara de Representantes de ese país, Nancy Pelosi, disfrutaba de las protestas en Hong Kong contra el gobierno chino y las llamaba “un paisaje hermoso para la vista”.

Desde el 9 de junio del año pasado, cuando la presidenta designada por Beijing para la Región Administrativa Especial de Hong Kong intentó avanzar con una ley que permite la extradición de ciudadanos a China, millones de personas vienen saliendo a las calles del enclave. Primero para evitar la aprobación de esa norma, luego para pedir la renuncia de las autoridades impuestas por Beijing y ahora en contra de la nueva ley de seguridad nacional.

Se trata de un movimiento amplio que va desde la izquierda y los sindicatos hasta grupos independentistas de extrema derecha, pasando por socialdemócratas y liberales. La represión policial a las protestas –que se mantuvieron en la calle hasta enero y que, tras un breve interregno pandémico, volvieron a comienzos de este mes– ha dejado unos 3 mil heridos y unos 10 mil arrestos.

Lo cierto es que frente a la reacción estatal a las enormes manifestaciones contra el racismo que sacuden Estados Unidos de costa a costa, la represión brutal a los jóvenes de Hong Kong no parece tan excepcional como se la pintaba hasta hace poco. Ahora tiene una réplica, no menos problemática, justamente a manos del gobierno que más criticaba a las autoridades chinas por su manejo de la revuelta hongkonesa.

DOS MIRADAS ANTAGÓNICAS. Los medios y buena parte del personal político occidentales destacaron que, con la nueva ley de seguridad nacional en Hong Kong, China busca “someter” el enclave y “eliminar la disidencia” (El País de Madrid, 28-V-20). Los objetivos de Xi consisten, según este análisis, en “poner fin a las protestas” hongkonesas, para lo que necesitaría cancelar el “régimen de libertades del territorio autónomo”.

Washington, Londres y Bruselas consideran que China pretende aplicar en Hong Kong los mismos métodos represivos y de restricción de las libertades individuales que ya aplica en el resto de su territorio. Según los medios occidentales, con la decisión de avanzar con su nueva ley de seguridad, Beijing desafía “las advertencias lanzadas en los últimos días por la comunidad internacional, desde Estados Unidos hasta la Unión Europea, que la consideran una amenaza para los derechos de la antigua colonia británica”.

Por el lado chino, en tanto, se enfatiza en que la legislación sólo pretende “impedir, detener y castigar” aquel tipo de conducta que “ponga en grave peligro la seguridad nacional, como el separatismo, la subversión de los poderes del Estado o la organización y ejecución de actividades terroristas, así como actividades de fuerzas extranjeras que interfieran en los asuntos internos”.

Dos temas quedan en el tintero en los argumentos de ambos lados. Los dirigentes chinos no pueden dejar de lado que las libertades democráticas no existen en su país, donde se suceden fundadas denuncias de una política etnocida hacia los musulmanes de Xinjiang, y es evidente que buena parte de los residentes de Hong Kong temen sinceramente que el dragón terminará pisoteando sus derechos ciudadanos.

Del lado de las potencias occidentales, se ignora completamente la herencia imperialista que supone la existencia del enclave de Hong Kong. Una realidad colonial que se extendió nada menos que hasta 1997, luego de un siglo y medio de ocupación británica (véase recuadro). Si se repasa la historia mundial, todas las excolonias han tenido enormes problemas a la hora de transformar la descolonización en un régimen aceptable para los cánones occidentales. Desde el punto de vista de China, ser amenazada a causa de una ley que pretende evitar la independencia de Hong Kong es repetir la triste historia colonial que está en el origen de los problemas actuales.

MIRADAS INTERMEDIAS. En su momento, el Partido Comunista Chino hizo un esfuerzo genuino por comprender las manifestaciones más allá de su ahora trillada monserga de la “intervención extranjera”. En setiembre pasado, el oficialista Diario del Pueblo publicaba un artículo titulado: “Detrás del caos de Hong Kong hay problemas sociales profundamente arraigados”.

El diario señalaba que el descontento se extendía mucho más allá de la ley para la extradición de delincuentes fugitivos que había motivado las protestas. Afirmaba que en la última década, la vivienda en Hong Kong era considerada la menos asequible del mundo. Su valor aumentó 20 veces más que los ingresos familiares en 2018 y en 2019, al punto que un apartamento de 33 metros cuadrados alcanza el increíble precio de 700 mil dólares. El alquiler de un monoambiente supone para un joven hongkonés dos tercios de su salario.

No obstante, los medios chinos consideran que Hong Kong necesita más a China que viceversa. Como ejemplo, señalan que cuando ese territorio se reintegró al gigante asiático en 1999, las diferencias entre el nivel de vida de su población y el de ciudades chinas cercanas como Shenzhen o Shanghái eran abismalmente favorables a Hong Kong. Luego de dos décadas, la brecha se ha reducido, al punto que los ingresos en ambas zonas tienden a acercarse, gracias al exitoso crecimiento de la economía china.

El profesor de Leyes de la Universidad de Shenzhen Song Xiaozhuang señala en el periódico hongkonés South China Morning Post que “Hong Kong tiene mucha más autonomía que los estados de Estados Unidos”. Por ejemplo, goza de un control aduanero propio e imprime su propia moneda, entre otras prerrogativas.

“Incluso en derechos humanos y democracia, Hong Kong se desempeña mejor que Estados Unidos”, señala Song. “De acuerdo al índice de libertad humana, que utiliza 76 variables en áreas como el Estado de derecho, la libertad de expresión y la seguridad, Hong Kong ocupó el tercer lugar y Estados Unidos el decimoquinto.”

El catedrático enfatiza que en los más de 20 años que lleva de funcionamiento su estatuto autonómico o ley básica, esta no ha sido vulnerada por China. Añade además que la ley de seguridad nacional que se apresta a aprobar Beijing se limita a los crímenes de secesión, subversión, actividades terroristas e intervención extranjera, y que no modifica el capítulo III de la ley básica sobre los derechos y deberes fundamentales de los residentes, ni los contenidos de la convención internacional que creó la Región Administrativa Especial de Hong Kong en 1997.

Desde el movimiento prodemocrático hongkonés, en cambio, afirman que desde aquel año China no ha cesado de intentar la absorción política de la región, con la consecuente pérdida en libertades y derechos humanos para sus habitantes. En especial, se señalan el intento de aprobar en 2003 una ley de seguridad similar a la que se discute actualmente y los cambios legales efectuados en 2012 y 2014 con la introducción de la ley de educación nacional y moral y la reforma del sistema electoral del enclave. Tanto en 2003 como en 2014, esas iniciativas impulsadas por el gobierno chino se vieron enfrentadas por multitudinarias protestas hongkonesas.

EL FACTOR MONEY. El director del Observatorio de la Política China, Xulio Ríos, recuerda que las sanciones proyectadas por Donald Trump como amenaza al gobierno chino por su nueva decisión sobre Hong Kong pueden tener efectos contradictorios. El presidente estadounidense ha anunciado una serie de posibles medidas “que podrían afectar a funcionarios chinos, a productos de Hong Kong que serían gravados con aranceles o a las ventas de tecnología sensible a la región, entre otros”, señala Ríos. Sin embargo, “el 99 por ciento de las exportaciones [de Hong Kong] hacia Estados Unidos son reexportaciones de una tercera economía, principalmente de China continental”; en tanto Washington “ha obtenido con Hong Kong el mayor superávit entre sus socios comerciales mundiales”.

La eliminación por parte de Estados Unidos del régimen preferencial que otorga a Hong Kong en el ámbito comercial y financiero afectará en particular a las empresas estadounidenses que operan en la región. “Estados Unidos tiene en Hong Kong unos 85 mil ciudadanos, más de 1.300 compañías, cerca de 300 sedes regionales y más de 400 delegaciones regionales”, destaca el analista español.

Alrededor de la mitad de las inversiones extranjeras en China pasan por los bancos hongkoneses, de modo que “todos se verán afectados por la adopción de un enfoque basado en las sanciones”. Por eso Ríos estima que China no cambiará su posición: tiene importantes ases en la manga para jugar, como, por ejemplo, dejar de comprar productos agrícolas estadounidenses y hundir así a los agricultores en año electoral para la potencia estadounidense.

La conclusión parece obvia: “No es que China sea indiferente [a las amenazas de Estados Unidos], pero Beijing cree que el mundo de los negocios se decantará finalmente por arrimar el hombro a su causa y que, además, Occidente está igualmente interesado en evitar el hipotético colapso completo de Hong Kong, al menos como centro financiero”.

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Un país, dos sistemas

“No he conocido ni leído nunca sobre una guerra más injusta en su origen, una más calculada en su desarrollo para cubrir a un país en la desgracia”, escribió una vez el premier británico Ewart Gladstone. Se refería a la primera guerra del opio, peleada por el imperio británico contra China en nombre de la libertad para traficar drogas. A la reina Victoria le preocupaba cómo la sed europea por la seda y la porcelana chinas torcía la balanza comercial inglesa a favor del “Celeste Imperio”, así que, en 1842, a golpe de cañón y bayoneta, abrió sus puertos al opio indio. El producto estaba prohibido hasta entonces por los mandarines, a causa del tendal de adictos que dejaba su consumo.

Su majestad no sólo obtuvo un resonante triunfo para el “libre” comercio y el narcotráfico, sino también la cesión de varios puertos destacados y de una isla de pescadores sin mucho valor. Esa isla, Hong Kong, resultó ser un excelente fondeadero de aguas profundas donde traficantes ingleses y chinos podían almacenar opio y otros bienes, y comerciar con el continente libres de prohibiciones e impuestos.

La primera guerra del opio abrió la puerta para lo que en China llaman “el siglo de la humillación”: la constante subyugación del país a los intereses de las potencias occidentales y de Japón. Tuvo como resultado el caos y la fragmentación política del Celeste Imperio hasta 1949, cuando se tornó rojo. Contra lo que podría suponerse a primera vista, la China maoísta que se constituyó a partir de entonces tuvo muy poco interés en recuperar Hong Kong de las manos inglesas: la libertad mercantil casi absoluta y la política del enclave le permitían beneficiarse de sus flujos financieros, del comercio de contrabando y de la posibilidad de espiar a la burguesía imperialista con sólo asomarse a la ventana.

El problema fue que la corona británica había firmado, en 1898, un tratado para arrendar a China, por 100 años, los terrenos circundantes a la colonia original. La trepidante nueva ciudad comercial se expandió por allí mientras los ingleses se olvidaban del tratado, sin pagar un solo penny. Pero China no se olvidó. Para 1990, Hong Kong tenía ya casi 7 millones de habitantes y era imposible devolver lo arrendado partiendo la ciudad al medio. Londres debía devolverla por entero.

Así surgió lo que se conoce como la “ley básica de Hong Kong”, una especie de Constitución nacida como garantía para el traspaso y que entró en vigor el 1 de julio de 1997, cuando el enclave volvió a manos chinas. La Región Especial Administrativa de Hong Kong es hoy el área de mayor autonomía del ordenamiento territorial chino, con su propia legislación interna, división de poderes y elecciones libres. Ha conservado, así mismo, su régimen económico ultraliberal, con lo que allí denominan “un país, dos sistemas”.

El décimo exportador más grande del mundo y el noveno importador, la ciudad más rica de Asia y una de las más desiguales del mundo, Hong Kong tiene también una compleja vida cultural y política poscolonial. Tanto el mandarín como el inglés son lenguas oficiales, y las libertades civiles y el pluripartidismo son parte ya de la tradición local.

Ahí viven, además, muchos exiliados que escaparon de la dictadura china en 1949 o en 1969. O, en 1989, tras la masacre de Tiananmén, cuando el Partido Comunista mató, en Beijing, a un número desconocido de estudiantes (se estiman entre 250 y 3.500) que pedían reformas democráticas y el fin de la corrupción en la República Popular. Para inquietud de los manifestantes hongkoneses de la actualidad, al régimen chino, convertido ahora en paladín internacional de aquel libre comercio que entusiasmaba a Victoria, aquellos reclamos todavía le suenan ajenos.

Francisco Claramount

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