Tras la intervención en Siria, el gobierno turco se embarca en otra guerra ajena. Libia, dividida entre dos gobiernos rivales y destrozada por un conflicto que se arrastra desde 2011, ofrece varias oportunidades para concretar el sueño neootomano de Ankara.
Desde 2011, Libia es una bomba de tiempo. Por momentos parece que va a saltar por los aires. En ocasiones, se desploma sobre su territorio un manto de silencio mediático, pero el profundo conflicto que la atraviesa sigue en picada hacia el abismo. Enfrentamientos múltiples, la posibilidad de un retorno a la guerra abierta, migrantes que mueren en alta mar, disputas de poder encarnizadas, injerencia extranjera y demasiado petróleo y agua dulce en el subsuelo forman el mecanismo de relojería de esa bomba lista a explotar en cualquier instante.
Si con el asesinato sin juicio previo de Muamar Gaddafi en 2011 y la caída estrepitosa del gobierno surgido de la revolución verde de 1977 Libia se fragmentó en el caos impuesto mayormente por la Otan, por estos días la disputa evidente en ese país del norte de África se da entre dos polos de poder: el Gobierno de Acuerdo Nacional, con sede en la occidental ciudad de Trípoli y controlado por dirigentes vinculados a los Hermanos Musulmanes, y la administración político-militar comandada desde la oriental Tobruk por el casi octogenario general Jalifa Haftar.
En medio de este cruento enfrentamiento, varios países buscan hacer pie en Libia para controlar su futuro. Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Qatar y los siempre infaltables Rusia y Estados Unidos mantienen una disputa que lentamente deja el silencio, para desarrollarse al compás de bombardeos y movimientos de tropas. Pero quizás la más ambiciosa de las injerencias extranjeras en el conflicto libio sea la de Turquía.
LA INTERVENCIÓN TURCA. El presidente de ese país, Recep Tayyip Erdogan, tiene claros sus objetivos expansionistas. A su intención de anexar territorios de Siria –algo que lleva adelante en el cantón kurdo de Afrín, en ciudades como Serekaniye y Gire Spi, y en partes de la provincia de Idlib– suma, desde el año pasado, su intervención en Libia. Así, el gobierno de Trípoli tiene ahora el respaldo de Erdogan, sobre todo por sus vínculos ideológicos y religiosos, construidos a través de la organización centenaria de los Hermanos Musulmanes.
Los objetivos concretos del presidente turco en Libia son tres. En primer lugar, expandir su control sobre el Mediterráneo Oriental, una zona con importantes yacimientos de hidrocarburos, descubiertos hace apenas una década. Turquía, un país que apenas produce petróleo y gas, firmó meses atrás con el gobierno de Trípoli acuerdos económicos, de seguridad y militares que contemplan la futura explotación de esos recursos.
Al mismo tiempo, Erdogan apuesta a redoblar su influencia en el mundo árabe y aceitar sus relaciones con países como Qatar, Somalia y Sudán. Especialmente, busca proyectar a Turquía como un polo de poder en África, algo que potencias regionales rivales como Israel vienen haciendo hace décadas.
Además, el gobierno turco continúa con su plan neootomano de recuperar poder y territorios en el área donde hace dos siglos gobernó el imperio de los sultanes. En diciembre pasado, Erdogan y el régimen de Trípoli firmaron un acuerdo que extiende la zona económica marítima turca hasta hacerla limitar con la frontera marítima libia, lo que genera el rechazo de Grecia y Egipto, que ven así violadas sus aguas territoriales. El repunte de las tensiones con Atenas se recrudeció a fines de febrero, cuando Ankara ordenó abrir las fronteras para que los casi cuatro millones de refugiados y refugiadas que se encuentran en su territorio tuvieran vía libre para trasladarse a Europa.
Para lograr estos planes, apenas comenzado 2020 Erdogan aprobó, a través del Parlamento turco, el despliegue de tropas en Libia. Ya desde el año pasado su gobierno enviaba armamento a Trípoli, pese a las críticas tanto del general Haftar como de las Naciones Unidas. Aunque en Libia rige un embargo de armas (y un alto el fuego), ni las fuerzas internas ni las naciones inmiscuidas en el conflicto lo respetan.
De esa manera el gobierno turco no sólo ha trasladado a Libia drones con capacidad de ataque, sino también al menos 7 mil mercenarios de varias nacionalidades que estaban operando en Siria. Muchos de estos milicianos son miembros de grupos yihadistas como el Frente Al Nusra o el Estado Islámico.
Los avances militares de las tropas de Haftar se habían basado hasta ahora en el poderío aéreo. Pero con la presencia de drones turcos los combates ya han empezado a favorecer al gobierno de Trípoli. En los últimos cinco meses, al menos mil personas murieron en Libia por los enfrentamientos y otras 140 mil fueron desplazadas forzosamente.
¿KURDOS EN LIBIA? Turquía mantiene una relación histórica con el Gobierno Regional Kurdo (Grk), constituido en 2003 en el norte de Irak y con capital en Erbil. El Partido Democrático de Kurdistán, controlado por el clan Barzani, lleva adelante con puño de hierro esa administración semiautónoma nacida tras la invasión estadounidense.
La alianza entre Erdogan y los Barzani está más viva que nunca. El Grk le permite a Ankara bombardear territorio kurdo en Irak con la excusa de combatir a la insurgencia del Partido de los Trabajadores de Kurdistán. A esto se suman acuerdos comerciales millonarios entre Ankara y Erbil.
Si algo faltara para reforzar ese vínculo es el envío de combatientes kurdos a Libia. El 14 de abril pasado, el portavoz de las fuerzas de Haftar, Ahmed al Mismari, anunció la captura en Libia de un combatiente de origen kurdo e indicó que el hombre formaría parte de la milicia Roj Peshmerga, conformada por ciudadanos sirios entrenados por el el Grk y el servicio secreto turco. Recibirían un salario mensual de 2 mil dólares estadounidenses y estarían bajo el mando directo de Ankara, según afirmó. En respuesta, el Grk sostuvo que el detenido es tan sólo “un mercenario” que actúa por cuenta propia y niegan cualquier participación en el conflicto libio.
En tanto, el 17 de abril pasado el periodista Ersin Çaksu publicó una investigación para la agencia de noticias Anf –cercana al Partido de los Trabajadores de Kurdistán–, en la que también denuncia la existencia, en territorio libio, de la milicia Roj Peshmerga del Grk. Según la investigación de Çaksu, el grupo se fundó el 12 de abril de 2012 con el fin de enfrentar a las fuerzas de autodefensa del norte sirio, rivales del Grk. El periodista asegura que el grupo cuenta con al menos 6 mil combatientes, reclutados principalmente entre refugiados que cruzaron de Siria a Irak.
De acuerdo a Çaksu, esta fuerza “está ideológicamente en la tradición de los Hermanos Musulmanes y se mueve dentro de las estructuras yihadistas de la llamada ‘oposición de Siria’”. De ahí su cooperación, sostiene, con el llamado Ejército Libre Sirio y con grupos como el Frente al Nusra en zonas del norte de Siria invadidas por Turquía en octubre de 2019. Çaksu recoge además información de las autodefensas del norte de Siria, que capturaron e interrogaron a algunos de los miembros de los Roj Peshmerga. Según esa fuente, y en consonancia con lo afirmado por el vocero de las tropas libias de Haftar, los detenidos declararon haber sido entrenados en campamentos ubicados en Erbil y otras zonas del norte de Irak por el servicio secreto turco.