El personaje que otorga el título al monólogo que la actriz española Henar Frías brindó en la Zavala Muniz proviene del prolongado epílogo de la novela Ulises, del irlandés James Joyce (1882-1941). Ruben Tobías, director uruguayo residente en Madrid, y la propia Frías se encargaron de adaptar el texto y ahora pasean con él por el mundo. Un puñado de términos y situaciones que Joyce desgrana con maestría se entremezclan con la inquietud y las propias ocurrencias de Tobías y Frías, a lo largo de las confesiones, recuerdos y protestas de una Molly que enfrenta a la concurrencia para contarle todo lo que la indiferencia y los malos tratos de Leopold, su esposo, la han hecho sufrir y también pensar.
Como la mismísima Penélope de La Odisea, de Homero, que nunca se quedó quieta mientras su marido emprendía viajes, Molly se mueve de un lado a otro y tiene muchos argumentos para expresar. Tamaño personaje resulta intemporal, se trata de una Penélope tanto de ayer como de hoy que busca su lugar para señalar que, más allá de lo que le ha tocado vivir con Leopold, no deja de ser alguien que existe y siente por sí misma. Vale la pena, entonces, observar y escuchar a esta Molly, de la cual Henar Frías se adueña con la mayor naturalidad.
Desde que irrumpe en escena, la mirada sincera de la actriz conquista al espectador, que oye no sólo los detalles de sus altibajos en la relación que mantuvo con Leopold y otras personas, sino también las conclusiones que ha ido extrayendo de los distintos episodios que la empujan a pensar en su propia importancia como persona en un universo donde ese hombre no juega ya ningún papel. Molly resulta así un verdadero ser humano de cualquier tiempo y lugar, que tiene mucho para compartir con quien la mira y escucha. Es, en verdad, una mujer que ahora puede tomar decisiones y se apresta a trazar planes de futuro de la manera que más le plazca. De ahí que se vuelva inquietante contemplarla, tanto cuando toma asiento buscando quedarse en calma para reflexionar como cuando se desplaza por el espacio escénico sin perder casi nunca el contacto ocular con los asistentes que, de una forma u otra, la comprenden y se identifican con ella y su grito de independencia.
La adaptación de Frías y Tobías, habida cuenta del aprovechamiento del espacio y el control de los tiempos por parte de la dirección del primero, cobra una vida singular que la actriz maneja con entendimiento, redondeando un personaje que respira en el oído de cada uno de los espectadores, muy cerca.