El loco del título se llama Huinca. Se trata de un marginado que busca refugiar su soledad en la bebida. A Eva, la triste, le dicen Pata y, al igual que Huinca, no tiene un lugar en el mundo. Transita entre la prostitución y un abandono en el que se cuela el propósito de hallar un techo bajo el cual refugiarse. El dramaturgo chileno Juan Radrigán propone el encuentro de estos dos seres tan especiales con un objetivo que implica aspectos que abarcan desde la casi total incomunicación y el marcado desentendimiento inicial de los nombrados hasta el resquebrajado descubrimiento que uno y otra comienzan a hacer de lo que podrían tener en común. La posibilidad de compartir un maltrecho rancho en las afueras de la ciudad les abre un camino incierto, ya que la tal vivienda corre peligro de ser eliminada por unas máquinas que rondan por ahí. Más que todo eso, sin embargo, importa la especial intención del texto de observar muy de cerca a dos protagonistas que, a pesar de partir de la soledad y su padecimiento, terminan por lograr la comprensión de lo que el otro siente o necesita.
En tales direcciones se encamina Radrigán, con la debida sutileza para que el espectador vaya advirtiendo lentamente lo que sucede. Esa delicadeza es una elección estética que conduce al autor a utilizar un lenguaje que parece partir del naturalismo para, poco a poco, internarse en una delicada simbología que pone de manifiesto el valor y las ventajas de la convivencia, sobre todo cuando cobija sentimientos perdurables.
La versión que dirige Fernando Rodríguez Compare propone una puesta en escena que transcurre sin subrayados ni efectismos capaces de alterar o deformar las alternativas que trae consigo la reunión de un dúo tan dispar como el del loco y la triste. A la platea, por cierto, de un momento a otro, la invade el sentimiento de que esos dos protagonistas tan miserablemente castigados por la existencia son parte de una humanidad que, en mayor o menor medida, todavía puede ser capaz de compartir los pesares que le depara el destino.
A partir de una apropiada escenografía de Lucía Tayler y João Gonçalves y el vestuario de Haydée Segui, ajeno asimismo a cualquier exageración, Rodríguez Compare consigue desgranar esta especie de fábula que les brinda a Marcelo Ricci y Alessandra Moncalvo una amplia oportunidad de lucimiento en los papeles titulares. Resulta, en verdad, rico y emotivo el cruce de reproches, agresiones, indiferencia, curiosidad y súbito interés que Ricci y Moncalvo echan a andar para dar a entender que, le pese a quien le pese, el loco y la triste merecen un mundo mejor.