A propósito de la publicación de “Un país de viejos”, el pasado 6 de setiembre, el profesor Néstor Sanguinetti envió a este semanario una larga respuesta en el que expone su desacuerdo con lo allí planteado. Su postura, aunque furibunda y cuestionadora, plantea algunos puntos dignos de ser atendidos. Para empezar, su referencia al caso Benedetti, expuesto en “Un país de viejos”, evidencia una falta de comprensión de su parte e incluso el intento de zanjar una cuestión que, como el propio Sanguinetti asegura, es demasiado antigua en las letras uruguayas. No se trata de una crítica al tan mentado parricidio, sino todo lo contrario: la deconstrucción de un discurso anterior impuesto masivamente es, al menos, una manera de relacionamiento entre los escritores ya consagrados y los nuevos desconocidos.
En ese sentido, es llamativa su insistencia en remarcar el paso del tiempo en aquellos que ahora son jóvenes. Una postura muy presocrática que no le permite distinguir la escasa (o nula) importancia de tal factor. No se trata de negar el paso del tiempo o la idea de envejecer irremediablemente: se trata de saber vincularse con los demás siendo viejo en un país como Uruguay. Hecho no menor en una sociedad que tiene el índice de envejecimiento más alto de la región (según datos de la Cepal), cuyos sectores más envejecidos tienen una tendencia al conservadurismo (algo muy natural, por cierto), a la que se suma el desinterés generalizado por la producción artística nacional.
Todo esto es una suma de factores que dificulta la relación entre los artistas jóvenes y los artistas consolidados, aunque esta última palabra pueda ser puesta en duda para el caso local. La respuesta de Sanguinetti ahonda en ejemplos de difusión que, desde su punto de vista, confirmarían la relación entre unos y otros, como los programas Café negro, de Tevé Ciudad, Café literario, de Televisión Nacional, y La máquina de pensar, de Radio Uruguay. Tres ejemplos. Seguro que hay algún otro que se nos ha pasado. Iniciativas todas ellas dignas de reconocimiento, por el esfuerzo, las buenas intenciones y el empeño de dar difusión a algo que realmente preocupa poco a los uruguayos: la cultura letrada.
Precisamente, Sanguinetti obvia que en “Un país de viejos” se mencionaban estas medidas como “resultado del esfuerzo de unos pocos (y también jóvenes) gestores culturales”. La autorreferencia es desdeñable, pero quizás sirva para dejar claro que esas medidas han sido tenidas en cuenta. En un país como Uruguay, Federico Dalmaud, Alfredo Fonticelli y Pablo Silva Olazábal son jóvenes aún.
Pero este es el punto más interesante de la cuestión. La respuesta de Sanguinetti sólo remite a un aspecto superficial de esa compleja situación, como si la edad lo definiera todo. En su planteo, si se es joven, se está de un lado de la vereda; si se es viejo, se está del otro. Grave error. Primero, porque ese pensamiento constituye una falacia tan clara como injustificable. Segundo, porque las coordenadas para definir a unos y a otros son bastante más complejas, especialmente en un país con tan alto índice de vejez. Tercero, porque las formas en las que uno se planta frente a la cultura artística son diversas y no dependen necesariamente de categorías etarias.
Lo que Sanguinetti no entendió es que no se trata de meter en el mismo programa de televisión a escritores viejos y jóvenes, sino de hacerlos interactuar. De nada sirve que pasen por un mismo estudio Mauricio Rosencof y Natalia Mardero si ambos desconocen completamente la obra del otro. En ese sentido, el “diálogo intergeneracional” que existe en Uruguay según Sanguinetti es altamente cuestionable.
Otro punto expuesto en su contestación es la inclusión de jóvenes en los jurados de concursos literarios. Esa medida, completamente inexistente hace dos o tres años atrás, es también resultado de la obra de gestores jóvenes. Hace poco más de un año, las redes sociales fueron testigos de múltiples quejas de nombres activos de la escena juvenil, debido a la inclusión reiterada de los mismos jurados para los concursos de siempre. “Voy a hacer mi propio concurso de poesía. De jurados: Arbeleche, Courtoisie y el Bocha Resucitado. Innovando”, decía uno de los tuits más repetidos. “Sueño con un país donde Jorge Arbeleche no sea jurado de alguna cosa”, decía otro.
La culpa no es de los poetas invitados a presidir jurados, claro que no. Lo que realmente importa es que quienes deciden incluirlos recurran siempre a los mismos nombres, aspecto que parece estar cambiando actualmente, con la adhesión de jóvenes escritores y críticos que conocen desde dentro la escena juvenil local, como el propio Sanguinetti. También es cierto que los concursos literarios no están dirigidos únicamente a escritores noveles, aunque la mayoría de los concursantes lo sean. Por supuesto, Arbeleche integra una de las categorías en los premios del Mec de este año.
A esto se vincula otro aspecto que, según Sanguinetti, fue injustamente cuestionado en “Un país de viejos”. Allí se planteaba que los concursos literarios apenas sirven para difundir la obra de un escritor, especialmente si es joven y desconocido. Su respuesta menciona ejemplos de escritores jóvenes que en su momento obtuvieron galardones en diferentes premiaciones, como Martín Bentancor, Daniel Mella y Martín Lasalt. Me pregunto cuántos uruguayos (de cualquier edad, género, lugar y formación) se habrán sentido invitados a leer sus obras, debido a la notoriedad que otorgan los premios a las letras. Me pregunto realmente cuántos de los más de 3 millones de uruguayos salieron corriendo a las librerías una vez que se anunciaron los fallos del jurado. Me pregunto cuántos críticos apuraron sus plumas para reseñar los textos ganadores, cuántos libreros llamaron desesperados a las distribuidoras para pedir sus ejemplares, cuántos programas de radio y televisión dieron un espacio para discutir la calidad literaria de esas obras. No haré comparaciones con concursos de otros países para que Sanguinetti no se sienta lastimado, pero si las hiciera…
No, definitivamente los concursos no hacen lo suficiente para difundir una obra que, si volvemos a los escritores nombrados, es de un valor artístico incuestionable. Al final, todo termina entre los círculos de literatos, críticos y lectores avezados, pero existe un enorme grupo de gente más allá de esas fronteras invisibles que, lamentablemente, no tiene idea de quiénes son Bentancor, Mella y Lasalt.
El reconocimiento viene dado por múltiples agentes, de los cuales el más significativo es, seguramente, el público lector. La legitimación se consigue mediante políticas públicas que afiancen la labor artística, un aspecto complejo que data de mucho tiempo atrás, como bien ha señalado Sanguinetti. El espacio es lo que corresponde a los escritores ya consagrados que deben, tarde o temprano, hacer un lugar en sus sillas y dejar que los nuevos tomen asiento. Estos mecanismos deben vincularse entre sí de forma orgánica, remitiendo a ese espacio de acción e influencias que Pierre Bourdieu denominó “campo cultural”. De lo contrario, no hay resultado que sea fructífero.
No basta con las excepciones que, por supuesto, existen. Claro que hay críticos atentos a cada autor nuevo que llega con su propuesta, claro que hay profesores dispuestos a incluir escritores jóvenes en sus programas educativos, claro que hay lectores interesados en saber qué se está escribiendo en la actualidad. Pero eso no es suficiente.
Los escritores consagrados (sean viejos o no) deberían interactuar activamente con la obra de los escritores nuevos. Las políticas públicas (premios, homenajes, encuentros, canales de difusión) deberían otorgar el espacio suficiente a las nuevas voces, de la misma manera que lo hacen con los ya reconocidos. Los lectores deberían tener las mismas oportunidades de acceder a la obra de Benedetti y a la de Santiago Pereira. La academia debería dedicarles tanta atención a los poetas ultrajóvenes publicados por Estuario Editora como la que les dedica a Ida Vitale y Cristina Peri Rossi. Pero, sobre todo, debería existir un diálogo, que por ahora existe sólo en contadas excepciones.
En algo estamos de acuerdo con Sanguinetti: lo que hay que cuestionar en profundidad y con mayor atención son los mecanismos de legitimación. Todos ellos. Incluso el rol de los escritores viejos.
No obstante, lo que más impacta de la respuesta de Sanguinetti es su reclamo de volver al país a ver lo que sucede, en plena era de redes sociales e interconectividad. Eso es como prohibirle a un compatriota que opine de política nacional sólo porque no reside en Uruguay. Yo creo que lo que hay que hacer es precisamente lo contrario: salir fuera y entender cuán provincianos somos. Pero cada loco con su tema.