Hace unas semanas leí unas reflexiones muy interesantes de Alberto Kornblihtt, prestigioso biólogo argentino, miembro de la Academia de Ciencias de Buenos Aires y de la Academia de Ciencias de Estados Unidos, y delegado de los investigadores en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) argentino. En su parte medular expresaba: “El proyecto científico del macrismo se reduce al concepto de emprendedurismo: un joven investigador descubre la pólvora en un garage o en el laboratorio que dirige en una universidad, luego comercializa ese descubrimiento y monta una empresa con la que gana mucho dinero y se lo celebra como a Mark Zuckerberg. Esta concepción destruye las bases sociales de la ciencia, que es un proyecto colectivo y que debe tener un sentido de transformación social”.1 Y pensé: ¡qué coincidencia! Cambiemos la palabra “macrismo” por “Agencia Nacional de Investigación e Innovación (Anii)” y la frase de Kornblihtt se puede aplicar perfectamente a la realidad uruguaya.
La Anii, en principio una agencia ejecutora de políticas definidas a nivel gubernamental, ha experimentado una deriva hacia posiciones de mayor autonomía y poder, y, en esa metamorfosis, ha establecido sus propias prioridades con una visión simplista de la ciencia, reducida a las tecnologías de la información y la comunicación (Tic) y al emprendedurismo. Desde esa óptica, se glorifica al self‑made man que viene con una idea genial, se lo apoya, instala una empresa y gana mucho dinero. La investigación científica, un esfuerzo colectivo con impacto no sólo en la producción de bienes materiales, sino también en la salud, la protección del ambiente, las relaciones sociales y la cultura, se reduce en la óptica de la Anii a una mera herramienta utilitaria para obtener un rédito económico en el corto plazo. Estos cortocircuitos para estudiar “sólo lo que sirve” resultan totalmente fútiles, ilusiones de burócratas que nunca han investigado. Estudiar “sólo lo que sirve” se transforma en seguir haciendo más de lo mismo, un camino estéril, cuyo único destino es la mediocridad.
Así, pues, los cometidos originales de la Anii de apoyo a la ciencia y la tecnología (C&T) se han ido desvirtuando para convertirla en una Agencia Nacional de Emprendedurismo. En este escenario se destinan millones de dólares al año para emprendimientos que poco o nada tienen que ver con la ciencia, como la aplicación Pedidos Ya o ReservaTelo, para la reserva discreta de moteles, con el eslogan “Enganchá, reservá y disfrutá”, proyecto que resultó beneficiado por la Anii con un monto de 800 mil pesos. Pero ¿qué tienen de investigación original? Estas podrán ser buenas aplicaciones que muestran un excelente trabajo profesional, pero lo que diferencia el trabajo profesional (ya sea el de un médico, un ingeniero o un arquitecto) del científico es que, mientras que el primero usa el conocimiento existente para resolver un problema, el segundo trata de empujar la frontera del conocimiento más allá de los límites actuales.
No extraña, entonces, que los boletines de la Anii se parezcan a folletines de marketing y negocios. Titulares del tipo “Mentoría para que emprendedores puedan vender en el exterior” o “Expandí tu empresa a nuevos mercados” son moneda corriente en dichos boletines. Los shows mediáticos que organiza la Anii de vez en cuando son ocasiones para presentar y celebrar a exitosos emprendedores que se pavonean en los escenarios bajo los flashes y los aplausos del público, como si fueran pop stars. Nunca he visto que inviten a investigadores que, trabajando en un cuasi anonimato, hacen valiosos aportes tanto al conocimiento universal como al de nuestro país, como podría ser el caso de los arqueólogos que están desentrañando nuestro pasado indígena. Pero, por supuesto, ¡para qué invitarlos si no cuentan con un buen plan de negocios! Y hablando de los arqueólogos, ¿quién puede negar que su experticia ha sido fundamental para la búsqueda de restos de desaparecidos durante la última dictadura? Esto demuestra a las claras que todo el conocimiento generado termina siendo socialmente útil, no importa cuán alejado en el espacio y el tiempo parezca a primera vista.
Quiero aclarar que estoy de acuerdo con que haya programas específicos para emprendedores, startups, empresas innovadoras, cooperativas de producción, etcétera. Pero estos programas deben contar con sus propios recursos, independientes de los destinados a C&T. De hecho, existe la Secretaría de Transformación Productiva y Competitividad, y varios organismos como la Agencia de Gobierno Electrónico y Sociedad de la Información y el Conocimiento (Agesic), el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (Inefop) y la Agencia Nacional de Desarrollo (Ande), que bien pueden asesorar y apoyar a las micro, pequeñas y medianas empresas y distintos emprendimientos con capitales semilla. En todo caso, lo que debe existir es una coordinación entre la Secretaría de Ciencia y Tecnología y la de Transformación Productiva y Competitividad.
CUENTAS PENDIENTES PARA EL PRÓXIMO GOBIERNO. Sin duda, la gran deuda de este gobierno es que no cumplió su promesa de destinar el 1 por ciento del Pbi a C&T; y esto, agravado por las políticas desarrolladas por la Anii, que priorizó otros programas que poco o nada tienen que ver con la investigación científica, como se explicó anteriormente. Hoy el país destina, en el mejor de los casos, un magro 0,4 por ciento del Pbi a C&T, lo que nos coloca entre los países más atrasados, no sólo internacionalmente, sino en comparación con varios países de la región. Ante este panorama, el tan mentado eslogan de “país del conocimiento” resulta un tanto irónico. El próximo gobierno no sólo debería poner más dinero en ciencia, sino que sería indispensable hacer cambios en los organismos que establecen las políticas y ejecutan los fondos destinados a ciencia y tecnología. En mi opinión, la Secretaría de Ciencia y Tecnología debería tener un rol más importante en el control de los recursos destinados a C&T y las prioridades, con el asesoramiento de un Conicyt renovado, en el que los investigadores y la Universidad de la República deberían tener más peso que el que ahora tienen. La Anii debería ser lo que originalmente estaba establecido en el decreto de su creación: una agencia ejecutora de políticas definidas por el Poder Ejecutivo e instrumentadas por la Secretaría Nacional de Ciencia y Tecnología con el asesoramiento del Conicyt. Se debería ser, en particular, más riguroso en la evaluación de las propuestas de innovación, verificando que impliquen realmente investigación original y que no sea un pretexto para que las empresas privadas renueven sus parques tecnológicos a expensas del Estado. Digámoslo claramente: no se pueden transferir recursos asignados a la ciencia a emprendimientos y empresas privadas cuyos proyectos no contienen nada de investigación original.
Como expresa el documento de la Academia Nacional de Ciencias2 entregado a los candidatos presidenciales, es imperioso fortalecer ciertos programas, como el Sistema Nacional de Investigadores, tanto en la ampliación de beneficiarios como en los montos recibidos por los investigadores, los que han sufrido una devaluación del 55 por ciento a diez años de creado el sistema. Va a ser también necesario fortalecer los programas de becas de posgrado y posdoctorales para poder retener en el país a jóvenes con talento, así como los fondos María Viñas y Clemente Estable para proyectos concursables. La fuga de cerebros ha sido considerable y se va a agudizar, a menos que el país adopte medidas para retenerlos. En la misma línea se podría considerar comenzar a implementar una carrera de investigador, como existe en Argentina. A su vez, el Estado debería ser mucho más propositivo en el desarrollo de nuevos centros de investigación avanzada, que sigan el modelo del Instituto Pasteur en áreas estratégicas, como las de energía, cambio climático y ciencias del mar. En países pequeños, como Uruguay, es el propio Estado el que debe asumir el liderazgo en el desarrollo científico. No se le puede pedir a una industria privada minúscula y rentista, cuya única estrategia para ser competitiva es pedir al gobierno exenciones fiscales y flexibilización laboral, que asuma algún liderazgo en materia de C&T. Esto que estoy proponiendo no es nuevo: hace más de un siglo, durante la segunda presidencia de José Batlle y Ordóñez, se crearon, a iniciativa del gobierno, los institutos de Geología y Perforaciones, Química Industrial, Pesca, y Estaciones Agronómicas, para dotar al país de capacidades científico‑tecnológicas.
Aspiraría a que estas reflexiones fueran parte de una discusión profunda que nos debemos acerca del rol que juega la ciencia en la sociedad. Lamentablemente, esta moda posmoderna del emprendedurismo ha entrado en otros ámbitos, como el Programa de Desarrollo de Ciencias Básicas (Pedeciba), y ha causado cierta confusión. Así que la discusión no es obvia y está lejos de ser saldada. Lejos del concepto del científico devenido en empresario rico, el científico debe actuar con altruismo, poniendo lo mejor de sí para resolver los problemas de la gente, para aportar a la reflexión crítica contra todo dogmatismo e intolerancia, y tener la libertad y la audacia para hacer apuestas riesgosas que le permitan incursionar en caminos inexplorados. Debe luchar por la racionalidad en una sociedad bombardeada por la irracionalidad, y mantener utopías frente a los que proclaman el fin de la historia. Necesitamos, por supuesto, soluciones a corto plazo para muchos problemas urgentes, pero necesitamos también la mirada puesta en el mediano y el largo plazo. Vivimos en una época llena de desafíos: la ciencia tiene que venir a nuestro rescate si queremos sobrevivir en un mundo amenazado por el cambio climático, la superpoblación, la contaminación y el agotamiento de los recursos naturales. Paradójicamente, el progreso puede ser no gastar más, sino menos, pero con más criterio. Volviendo a nuestro país, debemos aprender a abordar estos complejos problemas con nuestras propias cabezas, y no esperar a que expertos extranjeros nos digan qué tenemos que hacer. La ciencia es necesaria en los países ricos y más aun en los pobres, para quebrar nuestra crónica dependencia. Como decía el gran maestro Clemente Estable: “Con ciencia grande no hay país pequeño”.
1. La Diaria, 10‑VI‑19, págs 16 y 17.
2. Documento de la Anciu “Lineamientos para una política de ciencia, tecnología e innovación (Cti). Aportes de la Academia Nacional de Ciencias del Uruguay (Anciu)”, mayo de 2019.