La experiencia estética está condicionada por factores que no siempre tienen relación con la obra. Tener en cuenta el contexto y los modos de producción, más allá del objeto en sí mismo, multiplica las interpretaciones posibles. La vivencia y el lugar que ocupa el espectador –aunque no siempre– forman parte del juego de la recepción; toda decisión modifica la producción de sentido. A veces cobra demasiada relevancia el conjunto de signos que exceden a la obra; en este caso, la percepción de una muestra fotográfica se torna un paseo de intenciones patrióticas, sobrecargado de estímulos y preguntas.
El programa de mano suele ser el primer acercamiento al espectador. Su diseño y sus textos forman parte del universo contextual de una propuesta artística. “El Parlamento de Uruguay y la señora Lucía Topolansky, vicepresidenta de la República, presidenta de la Asamblea General y del Senado, invitan a la exposición de fotografías de Pascal Milhavet, Miradas Cruzadas sin fronteras de aquí y de allá,en el Pasaje de la Democracia” se expide la invitación formal, junto con textos del curador Carlos Yáñez y del coordinador del proyecto Heber Perdigon. El material convoca a una muestra que contiene más de un centenar de retratos de uruguayos viviendo en el exterior, y que estará en el anexo del Palacio Legislativo de lunes a viernes, hasta el 30 de mayo.
Acceder al sitio donde está el montaje implica una consecusión de acciones simples. Ingresar al edificio denominado José Artigas del anexo del Palacio Legislativo, atravesar el detector de metales, observar a los blandengues, acercarse al mostrador, presentar documento de identidad, esperar el registro y dejarse fotografiar por el sistema de vigilancia. A la burocrática entrada, entendible, se le suma una indicación: apretar el menos dos para llegar al subsuelo. Un túnel que va desde el anexo al Palacio Legislativo une los dos edificios y queda en el subsuelo menos dos: ese es el Pasaje de la Democracia, lugar donde, de manera oculta, pasan de un lado a otro quienes gobiernan un país.
Descender al menos dos nos hace quedar de cara a los 100 metros de largo de paredes enfrentadas con las fotografías del artista francés. Es una cuadra de contrastes entre la luz fría del ambiente y una iluminación correcta, eficaz y utilitaria para cada imagen. Transitar el Pasaje de la Democracia mientras se contempla la exposición es también escuchar el chirriar de las escaleras mecánicas ubicadas al otro lado del ascensor, oír el zumbar de algo que podría ser una máquina constante y cruzarse con transeúntes con aspecto de personas haciendo trámites, o con una camada de blandengues que cambian de horario y posición. Elegir un espacio de paso y movimiento puede configurar la muestra como una excusa decorativa, porque es difícil creer que alguien se detenga a apreciar los retratos entre tanto caos.
Los retratados son profesionales destacados en su práctica que viven, la mayoría, en el extranjero. Las fotografías están impresas a color y no parece haber objetivo artístico mayor que registrar a esas personas, que tienen en común un origen. La nacionalidad y la patria parecen ser el punto de partida para comenzar a capturar las imágenes, pero no se logra comprender un criterio claro para la elección de las personas. Incluso se realizó un libro en inglés, español y francés, que contiene los 107 retratos ordenados alfabéticamente, a diferencia de la muestra que parece haber tenido otro criterio, más cercano a la idea de montaje y composición.
La muestra ubica bajo tierra a los uruguayos que se destacan por el mundo. Dos hileras de miradas quedan detenidas en el bullicio de un corredor que funciona como espacio de exposiciones desde 2015, pero no se sabe bien por qué, ni tampoco con qué criterio. La iniciativa que tuvo la Comisión Administrativa, formada por gobernantes, para utilizar ese espacio como sala de exposiciones, parece poco pensada y nada asesorada, porque el arte y la cultura no son –aunque pueden llegar a serlo– un elemento decorativo.