Érase una vez un caudillo bueno - Brecha digital

Érase una vez un caudillo bueno

El Caudillo de Sebastián Casafúa.

Caudillo. Ayuí, 2018.

Tras 6 años de pausa, Sebastián Casafúa sacó un nuevo disco solista: Caudillo. Este cantautor, oriundo del departamento de Río Negro, inició su carrera musical mucho antes de hacer discos con sus canciones. Creció influenciado por su padre, escuchando discos de Zeppelin, los Beatles y Serú Girán, entre otros. En los noventa, integró Kirilian y en 2001 fundó Psimio, donde desarrolló su faceta más roquera, y como describe la biode su web: “Tuvo que saltar, gritar y tocar por todo el país, componer unas cuantas canciones y grabar dos discos”. Terminado ese proceso, en 2003, lanzó Las causas del siniestro, su primer disco como solista, que al igual que el más reciente contó con la producción artística de Max Capote. Otra figura que se repite es la de Daniel Noble en guitarras. El bajo de Caudillo está a cargo de Gonzalo Silvera y la batería la ejecuta Irvin Carballo.

Caudillo empieza, de repente, con “Racimo de ojos”. Un sonido grunge y limpio a la vez. Coros y riffs que remiten a The Cure, pero jamás pierden lo personal. “Barba de abejas”, que fue adelanto del disco, conserva el aire vintage, pero esta vez acercándose más a los Beatles. Algo en la voz de Sebastián evidencia la afinidad con el rock británico, y esa influencia, mezclada con un vocabulario que es absolutamente rioplatense, tiene un resultado que abraza. Más adelante, en “La de Dios”, la voz invitada de Pedro Dalton hace aparecer colores nuevos, más nostálgicos, que antes estaban ausentes o que pasaban desapercibidos. Otro invitado es Federico Lima, de Socio, que presta su voz en “Hombre bengala”, donde el disco continúa profundizando en esa veta más nostálgica. “¿Cómo demonios llegamos a esto?/ Aurora boreal en el sur”, canta Sebastián, y su voz convive en armonía total con la del invitado. Las referencias a los Beatles no cesan y se sienten como el abrazo del lugar donde una ya sabe que todo está bien, pero abundan los momentos de tensión. En ese sentido es muy cinematográfico: es un disco para escuchar con auriculares, con una mezcla elaborada que acaricia los oídos.

La poesía de Sebastián es accesible, casi nunca muy concreta. Las canciones no tienden a tener un significado evidente, sin que esto resienta la conexión entre quien escucha y la obra. Escucharlas atentamente es como tener una conversación un poco delirante con un amigo de mucha confianza.

Después de escuchar Caudillo no quedan dudas de por qué Max Capote volvió a ser elegido como productor. El resultado es sensible y muy disfrutable. El disco tiene diez canciones y todas, menos una de ellas, superan los 4 minutos de duración. En este universo aceleradísimo en el que la atención dura poco y el desafío parece ser cómo decir todo en menos tiempo, hay que ser medio revolucionario para sostener 6 minutos de pop-rock. Es un gesto de coraje digno de ser celebrado. Lo único verdaderamente reprochable de este disco es, como en la mayoría de los discos de autores hombres en Uruguay, la ausencia absoluta de mujeres y disidencias en la producción.

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