Conocí a Jorge en 1986. Ambos volvíamos a Uruguay luego de años de exilio, Jorge desde Francia y yo desde Suecia.
Los retornados vivíamos nuestra vuelta al país con mucha expectativa y con un sentimiento ambiguo: por un lado la esperanza de un país que había recuperado la libertad y, al mismo tiempo, la comprobación de que las condiciones laborales en Uruguay no nos ofrecían muchas posibilidades.
La alternativa era generar nuestro propio espacio de trabajo.
En 1987, junto a Rodolfo Musitelli, formamos Prisma, un emprendimiento en el campo de la producción fotográfica que marcó una época. Poco tiempo después se incorporaron al proyecto Daniel Caselli –quien retornaba de su exilio en Suiza– y Jorge Ameal.
Fueron años intensos, que cimentaron una relación entre nosotros que sería para siempre.
Hacia 1993 Prisma se disolvió y cada uno de nosotros siguió su camino.
Jorge colaboraba en Brecha, luego en Posdata y en la revista Tres, más tarde en Galería, de Búsqueda, y, paralelamente, ejercía como docente de fotografía en el Foto Club Uruguayo.
La actividad dentro del fotoperiodismo y la amistad generada en aquellos años fue nuestro punto de encuentro en innumerables ocasiones.
Era extraño ver a Jorge sin su cámara. Pocas veces he conocido a un fotógrafo que disfrutara tanto del acto fotográfico como Jorge Ameal.
De clara influencia cartier-bressoniana, Jorge era un perfecto “cazador de imágenes”, de ojo atento e inquieto, de depuradísima técnica y cuidada composición.
Hace algunos meses pude disfrutar de una fantástica exposición suya, París en mi memoria, en la Alianza Francesa. En ella se reunían imágenes parisinas de distintas épocas: viejas fotografías de la década del 70 en blanco y negro, con imágenes recientes en color, pero que tenían en común el fino sello de su mirada.
Jorge Ameal se ha ido físicamente y es una pérdida irreparable, pero nos deja un enorme acervo, que es imperecedero y que las futuras generaciones seguramente disfrutarán.
Querido Jorge, ya te estoy extrañando.