La izquierda, los medios y el miedo - Brecha digital

La izquierda, los medios y el miedo

Gabriel Kaplún viene investigando las diversas áreas de la comunicación desde hace décadas y hoy lo sigue haciendo en las novísimas instalaciones de la Facultad de Información y Comunicación (Fic), de la Udelar. Como actor participante del árido proceso de discusión de “ley de medios”, hoy confiesa su “frustración” por los resultados y su preocupación por la gran “parálisis” actual, que ha sumido a estos asuntos en el olvido.

Fotos: Fernando Pena

—Había frases sugestivas en el programa del Frente Amplio para las elecciones de 2004. Se decía que había que instrumentar “políticas que nos permitan acceder a los medios de comunicación. Hoy no hay libertad de prensa, sino libertad de empresa”. Y también se hablaba de la necesidad de una ley que regulara “el funcionamiento de los medios electrónicos de comunicación”. Más de una década después, ¿cómo evaluás las políticas de comunicación de la izquierda uruguaya?

—La unidad temática había hecho una elaboración mucho más compleja en 2003 y 2004, que no se reflejó en el programa. Esos fragmentos son un reflejo muy pálido, e incluso con alguna diferencia, porque no lo hubiéramos puesto así. Pero después, en las elecciones de 2009 y 2014, hubo mucho más, porque hubo más preocupación no tanto mía sino de otra gente por que eso se reflejara en el programa de modo mucho más integral. Había cuatro o cinco ejes. Uno de ellos era abrir la cancha a nuevos actores y generar un equilibrio nuevo en el sistema de medios. Luego, fortalecer el sector público estatal de medios y a un actor emergente: la producción audiovisual independiente. Se planteaba también regular distinto a los medios privados, sobre todo atacando la concentración, y ahí viene sí el tema de la libertad de empresa. Y después atravesar todo eso con participación ciudadana.

Era algo mucho más integral que lo reflejado en ese programa…

—A su vez requería una nueva institucionalidad, y eso tuvo algún punto de conflicto, porque estuvo la cuestión de si se iba a crear o no un ministerio de comunicación.

Recuerdo sí que en el momento, en el contexto previo al triunfo del FA, algunos pronosticaron la venida de una suerte de Gran Hermano autoritario que iba a limitar la libertad de expresión.

Eso generó, sí, alguna cantidad de líos incluso en la elaboración programática, y de hecho recibimos el mensaje de “paren un poco, porque no hay que afectar el proceso electoral”. Este problema de la institucionalidad fue el primero que encontramos. No había un interlocutor claro. Alguien pensaba que podía ser la Ursec, pero muchos pensábamos que no era lo mejor, porque es un organismo regulador y había que crear un organismo para diseñar políticas. El asunto es que en 2005 se toma la decisión de crear la Dirección Nacional de Telecomunicaciones (Dinatel) en el Ministerio de Industria, que tampoco era lo que esperábamos quienes habíamos impulsado el programa. Pensábamos en el Ministerio de Educación, otros pensaban en la Presidencia…

—Lo que sí sucedió fue que la decisión sobre las ondas se quitó de la órbita del Ministerio de Defensa.

—Eso sí se cumplió. Pero hubo un problema, porque las propias autoridades de Industria no entendían que tenían que asumir todas las políticas de comunicación. En realidad pensaban que tenían que ocuparse de las telecomunicaciones restringidas a la telefonía. Todo eso llevó a que la Dinatel no existiera realmente en 2005. Recién en 2008, cuando asume Daniel Martínez, se crea, pero con tan pocos recursos que pudo hacer muy poca cosa.

En 2010, ya con Mujica, es que cobra impulso la Dinatel.

—Cuando asume Gustavo Gómez se fortalece mucho, luego él se va por una serie de conflictos y sigue Sergio de Cola con una impronta similar. Y en el período actual el proceso se vuelve a debilitar. Hubo más acción en el gobierno de Mujica, pero con toda una cantidad de problemas para analizar.

Se suponía que el punto de inflexión iba a ser la televisión digital, pero la montaña parió un ratón. No se volvieron a repartir los naipes: las grandes familias de los medios tuvieron un régimen especial y no se incorporaron otros jugadores al sector privado.

—En realidad hay un antecedente previo que no se recuerda. En 2008 el cambio fuerte de reglas se da con la ley de radiodifusión comunitaria. Cuando llega la televisión digital, en 2012, se usan las reglas anteriores, con un decreto para el sector comercial. Allí se crean mecanismos transparentes para la adjudicación de frecuencias, tienen que presentar proyectos públicos, hay una comisión independiente integrada por actores de la sociedad civil… Todo eso se venía aplicando con perfil bajo para adjudicar radios comerciales en el Interior. La televisión digital es un capítulo especial, porque pareció ser una oportunidad para abrir la cancha para el sector comercial, con nuevas reglas mucho más competitivas y un nuevo equilibrio, donde podían entrar actores públicos, privados y comunitarios en un medio que sigue siendo, a pesar de Internet, muy central. Pero ese momento, mirándolo a la distancia, fue un momento frustrado por varias razones. Los que concursaron tenían que ofrecer al menos dos señales, una en alta definición y otra en definición estándar, tenían que ofrecer interactividad, televisión móvil. Si uno mira lo que pasó es una enorme frustración. Uno se imaginaba un panorama donde iban a estar Tevé Ciudad con dos señales, Tnu con otras dos; además de los privados de siempre, tres nuevos, cada uno con dos señales, y el Pit-Cnt con dos propuestas comunitarias en el aire. De todo eso quedó Tevé Ciudad como la novedad digital. Ahora los canales privados comerciales se ven mejor que antes y se pueden ver sin estar abonado al cable, pero la mayor parte de la gente no se enteró porque no hubo una campaña de difusión.

—¿La izquierda no ha tenido siempre una actitud ambivalente, tímida, o incluso vergonzante, con relación a eso de meterse a ordenar el sistema de medios? Y obviamente hablamos de la propiedad, de la pluralidad, no de limitar contenidos…

—Sí, hubo en muchos gobiernos latinoamericanos, y especialmente en el brasileño, un temor a meterse con los medios. Un temor comprensible, hay que reconocer… Temor a que sin ellos o con ellos en contra es muy difícil mantener la gobernabilidad, temor a perder la próxima elección. Ese miedo tiene algunas bases reales, pero llevado al extremo puede llevar a la parálisis. Hubo un momento interesante en 2010, pero fue otra de las oportunidades perdidas. Fue todo el proceso público del Comité Técnico Consultivo para la nueva ley de servicios de comunicación audiovisual (Sca). Fue un momento interesante, porque todos los actores percibieron una voluntad política de avanzar en una nueva regulación. En ese comité, que contó con la participación de Andebu, hubo un grado muy importante de acuerdo, más de lo que muchos imaginaban. Esa oportunidad se perdió cuando el presidente de ese momento, José Mujica, prefirió no avanzar e incluso dijo que no sabía nada de que se estuviera elaborando una ley, y que un proyecto de ese tipo lo iba a tirar a la papelera.

—En ese momento se produjo un temblor…

—No sabemos lo que pasó. Era clarísimo que el presidente estaba informado, porque su ministro de Industria (Roberto Kreimerman) había promovido aquel proceso, su secretario (Alberto Breccia) había estado presente en una de las sesiones públicas del consejo. Todos los canales estaban dados, pero el presidente resolvió retroceder. Entre los argumentos manejados, incluso por el propio presidente, aparecían cosas que escuchamos mucho: “Bueno, es que tenemos un sistema de medios concentrado pero son muy pequeños en el contexto internacional. Es preferible negociar con ellos”. Tranquilidad a cambio de pauta oficial, y aguas tranquilas para pasar al siguiente gobierno. Sería posible todo eso, quizás a cambio de ofrecerles cierta protección frente a los gigantes multinacionales.

—Un discurso nacionalista que incluso más de una vez planteó Mujica, que rezaba algo así como “es preferible un oligopolio nacional que las multinacionales”.

—Personalmente no estoy de acuerdo con eso. Lo malo es que se desaprovechó todo un proceso en el que se llegó a un porcentaje muy alto de acuerdos. Porque si bien tres años después la ley fue enviada al Parlamento, ya se había perdido a los actores que habían participado, después de haber visto ese retroceso. Dijeron ¿para qué negociar si no hay una voluntad política real? El proceso volvió a lo esperable: oposición muy fuerte del sector empresarial a la ley, y los recursos de inconstitucionalidad.

—¿Las reformas de la comunicación, del sistema de medios, son las más difíciles para un gobierno de izquierda? Porque en este caso no sólo hubo oposición del establishment, sino que hubo exponentes de un cierto pensamiento libertario que no apoyaron la ley, sobre todo la creación de consejos que determinarían contenidos potencialmente discriminatorios.

—No sé si son más difíciles. La propia reforma de la salud o la de educación también han tenido problemas por derecha, por izquierda, y por todos lados. Pero efectivamente es un punto sensible.

—Te lo decía porque a la salud es más difícil que la ciudadanía la considere una mercancía, pero no sé si tiene la misma convicción respecto del derecho a la comunicación, si la ve como un servicio público…

—Sí, y en el caso de Uruguay y de América Latina en general la naturalización del sector privado como el único capaz de ocupar ese espacio es muy fuerte. Hay una cultura instalada que es casi la opuesta a la de tradición europea, más allá de que esto ha cambiado a ambos lados del océano. La idea de que Uruguay es un país suavemente ondulado con tres canales de televisión está instalada con mucha fuerza, y cuando uno dice que todos los medios son públicos, en el sentido de que las frecuencias son propiedad común de la humanidad y que se asignan como un bien público, es algo que no entra. Creo que en 15 años casi no se logró revertir esa idea en la conciencia ciudadana más amplia, pero hubo avances, aunque débiles.

—¿Y el FA, como partido y como motor de toda esa concepción, no estuvo lento de reflejos?

Creo que hubo una cierta confusión entre políticas de comunicación y comunicación política. Y no es un juego de palabras. Todavía la discusión se va hacia cómo comunica el gobierno o los partidos y no hacia las políticas de Estado en cuanto a comunicación.

También suele ocurrir que se confundan los tantos para embarrar los procesos, porque la comunicación es un escenario de disputa muy fuerte.

—También. Cada tanto además aparece una bronca por cómo los medios tratan al partido de gobierno, o un malestar frente al papel de los medios para distraer a la ciudadanía o idiotizarla. Estas cosas tienen que ver con miradas muy antiguas y descartadas en el campo académico. Hace tiempo que se mira a los medios como un espacio de construcción de hegemonía, en el sentido de que no hay un todopoderoso que manipula, sino algo bastante más complejo donde el usuario y el espectador también tienen un papel. Esto no quiere decir que los medios sean inocuos, que no haya decisiones empresariales intencionadas, pero mirar a los medios como un espacio conspirativo que manipula a la gente es algo ya descartado, aunque muy vigente en ciertas izquierdas. Y eso los complica todavía más: hay un círculo de odio, pero también de miedo y finalmente de necesidad.

Finalmente se transforma en una actitud que no es chicha ni limonada…

—Se queda en esa parálisis donde un “pienso” más elaborado, con una reforma más integral, ha tenido menos oportunidades. Con todo, uno hace un balance, y ha habido una cantidad de avances, avances frenados, más en algunos momentos que en éste.

—¿Cuáles enumerás?

—En el área comunitaria se avanzó con la ley de 2008 y hay un centenar de radios trasmitiendo legalmente. Es un sector al que le cuesta conquistar audiencia, sostenerse económicamente, y faltaron políticas de fomento fuertes como las de otros países. Sorprenderían los países a los que me refiero: en Argentina han sido débiles pero en Colombia fuertes. La ley de radiodifusión comunitaria fue un avance no sólo para ese sector, porque mostró cómo se podía hacer políticas transparentes. En el sector público estatal se diversificó la audiencia de las radios públicas, la televisión, se reinstalaron antenas en todo el país, pero también hay que admitir que no se ganó mucho en audiencia y no se llegó a un fortalecimiento institucional que garantizara la independencia efectiva, con un presupuesto propio. Eso está en la ley de Sca, pero no se ha aplicado aún. En cuanto a la producción audiovisual independiente, está la ley de cine de 2008, que agregó fondos, institucionalidades, ha tenido problemas de aplicación, ha habido recortes. Problemas muchos, pero el principal creo que es que a la televisión llegó poco y nada. Hay cosas curiosas, mirás el Fona y hay prioridad para los canales privados para emitir los productos, y no la usan, no pasan ni lo que financiaron. En el tema de regular distinto al sector privado, ahí la gran pieza es la ley de Sca, con el problema paradójico de que se avanzó más antes que ahora. Cayeron los mecanismos para adjudicar frecuencias radiales y los mecanismos de participación que estaban antes de la ley, y no se aplican los nuevos.

—Se entró en un gap

—Un gap que va para tres años. El presidente Vázquez resuelve esperar el fallo de la Suprema Corte y ya tenemos claro lo que ésta opina. Hay cinco o seis artículos que declara inconstitucionales, de los cuales dos o tres creo que importan y el resto no. Si el gobierno está interesado puede mejorarlos. Y bueno, ni que hablar de lo que pasó con la televisión digital… y por qué los actores privados y comunitarios que ganaron la posibilidad no la usaron, es un capítulo aparte.

—Y ahora, promediando este gobierno, parece que las grandes líneas se discontinuaron. Eso evidenciaría que ya no es una prioridad política…

—Sí. Hay algunos actores de la sociedad civil que siguen, nosotros desde la academia acompañamos. El Parlamento que es el que tiene que designar a cuatro de sus cinco miembros, con una mayoría especial, finalmente empezó la discusión sobre la integración del Consejo de Comunicación Audiovisual. Pero salvo esos pequeños síntomas, es muy poquito.

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Internet y ANTEL como jugador mediático

—A propósito de Internet y la convergencia, muchos advirtieron que ya se llegaba tarde con el escenario de la tevé digital, precisamente por la gran expansión de la tevé por Internet, on demand, el streaming

—Esa es una discusión que se dio en 2012, por ahí; ya se decía que quizás era inú­til meterse en ese camino. Yo diría ni tanto ni tan poco. Los que venimos estudiando esto, desde la economía de los medios, sabemos que la televisión abierta sigue siendo muy importante. A la vista están las disputas que siguen habiendo en Uruguay y en el mundo. La sinergia entre televisión tradicional abierta e Internet es muy fuerte. La propia Netflix toma mucho de los modelos televisivos y apuesta mucho más a las series que al cine. En este sentido, decir que la televisión está muerta es algo que habría que tomar con más cuidado. La televisión digital bien utilizada era una oportunidad importante. Efectivamente uno empieza a dudar de que lo sea hoy.

—Y sin olvidar el factor de las telefónicas en el streaming. Es el caso de Antel con Vera TV, por ejemplo…

Exacto. Otra agenda posible de una reforma podía venir por ahí. Se podía haber planteado que el problema de la concentración del sistema mediático tradicional o el problema de las reglas de juego sería más fácil resolverlo en un campo nuevo, donde Internet se abre a todo tipo de actores, no existen los límites del espectro y la inversión puede ser menor. El problema es que esa discusión no se explicitó. Porque quizás uno podría decir que frente a aquel proyecto de reforma que quizás no contempló todos los problemas de la convergencia está esta otra agenda. Si uno dijera que la cosa iba para ahí, entonces en vez de la apuesta a los medios públicos estatales se podría apostar a Vera o a una combinación de ambas cosas.

—En algún momento se habló de Antel como actor estratégico, pero ahí también hubo problemas…

—Sí, porque ahí jugamos también en una zona complicada: ¿una compañía estatal de telecomunicaciones tiene que ser lo mismo que una productora de contenidos? Antel hizo ciertas apuestas a la producción de contenidos y tampoco logró mucho en este sentido, porque hoy lo que más hace es viabilizar contenidos ajenos. Yo creo que la discusión que todavía está vigente es: si aquella agenda tenía debilidades, ¿esta otra qué dio? ¿Podemos articular las dos? Yo creo que podemos, pero entonces nos tenemos que sentar a discutir el papel de Antel. Y es muy difícil discutir eso hoy en este país. ¿Cuál es el papel hoy de Antel como actor del sistema mediático? ¿Debe ser un actor?, ¿o debe ser más bien el soporte físico de otros actores estatales o comunitarios? ¿Cuáles son sus alianzas con el sector privado comercial cuando retrasmite contenidos? Pareció que en algún momento la Dinatel iba a asumir ese papel de diseñador de políticas. Todo esto está a la espera de decisiones políticas fuertes. Y parte de la historia de estos años son decisiones a medias, no completas, marchas y contramarchas continuas. Yo no creo que esto esté para nada perdido, pero estamos en un momento de mucha parálisis política.

—De todos modos, se dice que la torta publicitaria televisiva está siendo afectada. Un indicio en este sentido son las principales apuestas de los canales, muy enfocadas en el entretenimiento, el “infotainment”, las telenovelas turcas…

—Sí, sin duda. El mercado publicitario sabe mucho más de esto. Si bien las audiencias parecen haberse movido hacia Internet cada vez más, la torta publicitaria todavía no y esa es toda una zona problemática. Y el problema agregado es que el movimiento de la torta publicitaria fue hacia otro lugar del mundo. Buena parte se la comen Google y Facebook, y allí una agencia de publicidad local casi no juega en este sentido. Una empresa uruguaya que quiera publicitar, si quiere apostar a Internet, apuesta en otro lado y no tanto a contenidos uruguayos por Internet. Es un problema muy serio, ¿cómo se financian alternativas interesantes que apostaron por Internet, incluso de ficción? No está claro. Está bien complejo. Un ejemplo: ¿cómo vive Tiranos temblad, un proyecto exitoso que utiliza exclusivamente Internet? En realidad vive de otras cosas, en parte potenciadas por el prestigio que esta apuesta le dio, pero no de la publicidad que cosecha.

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La encrucijada del periodismo

—Y en cuanto al periodismo, el observatorio que vos coordinás ¿qué está constatando en cuanto a la realidad de la profesión? Hay pérdida de puestos de trabajo, precarización…, con el agravante de una fase de transición difusa que agrega incertidumbres.

—Nos falta mucho por investigar, aunque tenemos ya algunos datos. En las áreas profesionales tradicionales hay algunas que se mantienen y otras con problemas crecientes, el periodismo es el más problemático. Se abrieron nuevos medios tradicionales, prensa de papel, por ejemplo, nuevas posibilidades en Internet, pero está siendo muy difícil la sostenibilidad. Y todo indica que la precariedad es la tónica dominante. Si eso ha llevado a una disminución neta de puestos de trabajo, no lo tengo claro, aunque habría síntomas indicativos. Por ejemplo, hay sectores profesionales que crecen. Muchos de los egresados se vuelcan no tanto al periodismo sino a otras áreas que ni siquiera imaginaban, como la comunicación organizacional. Es algo que queremos cuantificar, mucha gente combina trabajo periodístico con comunicación institucional en una empresa pública o privada. Y a veces genera contradicciones complicadas, porque son dos áreas del mostrador que pueden entrar en conflicto. Hay oficios nuevos, gente en comunicación educativa, gestión cultural… Pero en todo el mundo se habla de la crisis de la prensa. A esto se le suman otras cosas, hoy mucha gente confunde investigación con googlear, y al periodismo le cuesta más que antes mantener niveles de calidad. Y luego está el cambio de rol de los medios tradicionales: si la noticia ya no es lo principal, porque está en Internet mucho antes de que salga el diario o llegue el informativo de las siete, ¿cuál es el papel de éstos? El desplazamiento hacia un rol más analítico no es fácil para quienes no tienen una cultura de la investigación periodística muy fuerte.

En un terreno muy filosófico, ahora se habla de la “posverdad”, como para disparar sobre otro de los pilares del periodismo. Para agregar componentes más complicados al combo, el formato del periodístico ha sido desplazado de la tevé abierta comercial, víctima del infotainment, y en la prensa gana la idea de que el periodismo ahora es gratis…

—La cuestión de los modelos de negocios y de la sustentabilidad es uno de los problemas centrales. No está claro cómo resolverlo hoy. Aquí desde la academia estamos trabajando en un proyecto sobre las estrategias de las alternativas mediáticas a la mainstream en Uruguay.

—El rol del periodismo parece cada vez más denostado por los gobiernos, y aquello del “cuarto poder” suena a cosa demodé

No sé en Uruguay, pero no creo que ocurra tanto en el mundo. Hay por un lado una construcción de eso que se ha llamado opinión pública que es distinta a la del pasado. Los medios no son el único punto de encuentro, y allí los periodistas tenían una voz muy dominante. Las redes sociales construyen espacios distintos. Pero los periodistas siguen teniendo, creo, un rol muy central, de seleccionadores de la agenda, de constructores. Sigue habiendo mucha gente que por suerte continúa necesitando que alguien oriente su navegación en un mundo de información tan vasto, y le interesa saber lo que un medio eligió como agenda de hoy o lo que opina un periodista. Y diría que sobreviven mejor los mejores en ese sentido, pero también es cierto que hay más lugar para los peores. Esa combinación tan cacofónica, esa esfera pública tan ruidosa, es la actual. Lo que sí me parece que podría ser muy interesante es pensar una combinación virtuosa del buen periodista y esta construcción potencialmente más democrática, y lo digo con cuidado –potencialmente– de la esfera pública. Hay posibilidades de que mucha más gente provea información, intervenga en el debate público… pero la pregunta es: ¿cómo hacer para que los buenos periodistas o buenos medios hagan sinergia con los ciudadanos capaces de volcar información pero también voluntad de participar responsablemente en el debate? Si eso se hiciera en serio podrían existir cosas muy interesantes.

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El balance de la apuesta K

—En Argentina, y no sólo, hubo un proceso de apuesta muy fuerte a la construcción de un relato alternativo. La famosa batalla por la hegemonía cultural, en la línea del pensamiento de Gramsci revisitado por Laclau, lo que incluyó nuevas reglas mediáticas. Sin embargo, el kirchnerismo no pudo sostenerse como opción política. ¿Cómo ves este proceso?

—Primero: cada país es distinto. No es lo mismo Ecuador que Venezuela o que Argentina, Brasil o Chile. En el caso argentino hay mucho claroscuro. Una cosa para evaluar es si la apuesta se hizo desde el gobierno, y si es así, se hizo de un modo muy complicado. Tuvo mucho más de pelea con el grupo Clarín que de instrumentación de algunos aspectos de la ley de servicios de comunicación audiovisual. Un caso es el de los medios comunitarios; en el último minuto del gobierno de Cristina Fernández se otorgaron finalmente algunas frecuencias pendientes. Algunos fondos de fomento estaban listos para asignarse y ahora están paralizados. La idea de que se hizo una apuesta integral hay que relativizarla un poco. Pero por otro lado también para mucha gente hubo una visualización de que algunas cosas eran legítimas y posibles. Se desnaturalizaron algunas cuestiones, se minó la credibilidad de algunos medios intocables y se visualizó que sí era posible el acceso de nuevos actores al sistema mediático. Sectores que no imaginaban tener derecho de acceso a los medios lo empezaron a vivir. Eso ganó un lugar en la cabeza de más gente, y en ese sentido el tema de la hegemonía tuvo avances. La debilidad es que gran parte de esta pelea se dio más en el plano de la información que en otros, pienso especialmente en la ficción. La construcción del relato audiovisual es clave en la construcción de imaginarios hegemónicos, mucho más que el informativo de las siete es la serie de las nueve, el teleteatro o lo que sea.

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Señas

Gabriel Kaplún es magíster en educación y doctor en estudios culturales latinoamericanos. Es profesor titular de la Facultad de Información y Comunicación de la Udelar y coordinador del grupo de investigación Alter Media (Alternativas Mediáticas) además del Observatorio de las Profesiones de la Comunicación. Integra el Sistema Nacional de Investigadores de Uruguay (nivel II). Fue director de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación (2008-2013) y del Instituto de Comunicación (Fic) entre 2013 y 2015. Además coordinó la Unidad Temática de Medios de Comunicación del Frente Amplio (2003-2004) y presidió el Comité Técnico Consultivo para la ley de servicios de comunicación audiovisual (2010). En el terreno académico, integra el consejo directivo de la Asociación Latinoamericana de Investigadores de la Comunicación (Alaic) y ha escrito numerosos artículos y libros en temas de su especialidad.

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