Pero la trayectoria de su representación artística es larga. En el inicio está el poema narrativo Los gitanos, publicado en 1824 por una cumbre de las letras rusas: Aleksander Pushkin. En 1840 el francés Prosper Merimée toma contacto con el poema (que traduce a su lengua en 1852), y en 1845 escribe una novela llamada Carmen, la cual le da una gran popularidad. Varios años después y luego de muchas obras sin lograr el éxito anhelado, otro francés llamado George Bizet decide componer la música que transformaría la novela en una ópera que se estrenó en 1875 en medio de una agitación generalizada. El escándalo y la fría receptividad que tuvo al principio esta obra en la que Bizet había puesto tanto empeño terminaron por sumirlo en una gran depresión que lo llevó a la muerte en ese mismo año, sin ver el enorme éxito que lograría luego su composición.
A lo largo de los años muchos coreógrafos han generado ballets basados en Carmen: Marius Petipa, Roland Petit, Alberto Alonso, John Cranko, Mats Ek, John Neumeier, e incluso Antonio Gades, que tal vez haya creado la versión más interesante y lograda traduciendo esa pieza al flamenco y llevándola luego al cine bajo dirección de Carlos Saura. Todas las demás versiones han tenido una vida corta, hasta que en 2004 la maravillosa bailarina y coreógrafa carioca Marcia Haydée creó esta pieza fuertemente afincada en la técnica clásica pero transgrediéndola al mismo tiempo a favor del temperamento romántico y avasallador de las pasiones que se presentan en escena. La obra tiene dos actos con tres escenas cada uno, cada acto comienza con mucha fuerza y colorido, con mucha gente en escena y cada acto culmina con una muerte violenta, con Carmen y don José solos sobre el escenario.
Carmen es una mujer vital, pasional y egoísta, una mujer sin límites, tal vez sin moral. Pero por sobre todo es una mujer observada por los hombres, temida, misteriosa, amada, odiada, aunque nunca rechazada, porque Carmen es irresistible, es el paradigma de la seducción, de esa fuerza potente ante la cual los varones se sienten sometidos en última instancia. Esa fuerza ajena, que es su mayor debilidad. Por otro lado está don José, el militar correcto y duro, el hombre reprimido por excelencia que siente que una mujer puede derribarle todos los muros de conducta, moral, disciplina y obediencia que había construido para apartarse de sus sensaciones. Cuando Carmen derriba esas barreras aparece el verdadero don José, casi como un míster Hyde celoso y maníaco, violento hasta el asesinato, contrabandista y ladrón.
En el año 2005, a poco de estrenada por el Ballet de Santiago, se baila esta obra en Montevideo. En aquella oportunidad los roles protagónicos estaban a cargo de Marcela Goicoechea y Luis Ortigoza, que fueron los bailarines con los que trabajó Marcia Haydée en la etapa de creación y que tanto aportaron en su momento.
Fue un enorme impacto y una experiencia única. Ahora vemos la misma pieza montada por Pablo Aharonian, un repositor uruguayo que es la mano derecha de la maestra Haydée en este tipo de trabajos. Lo primero que cabe destacar es el respeto y la alta calidad profesional con que una vez más el Bns encara un proyecto de gran envergadura, con la orquesta sinfónica dirigida por Martín García sonando a pleno, con iluminación y vestuario al más alto nivel.
En lo coreográfico el Ballet funciona a la perfección, pudiendo acceder a los ribetes teatrales de la pieza y con una gran solvencia en los trabajos corales, la escena inicial de las tabacaleras fluye de muy buena forma y la de la taberna igual. Todos los personajes secundarios mantienen a la perfección sus roles y la necesaria teatralidad; es necesario destacar una vez más la excelente actuación de Giovanna Martinatto en su papel secundario de Micaela, mesurado pero con la técnica y delicadeza a que ya nos tiene acostumbrados en todos sus personajes, sean grandes o pequeños.
En el rol de Carmen pudimos ver a la venezolana Careliz Povea, que bailó de manera ajustada y correcta pero que no pudo dar la medida de un personaje tan potente y sensual, que requiere de una experiencia que Careliz no logró poner en juego para contra-rrestar su pequeño tamaño. El protagónico masculino de don José estuvo a cargo de Ciro Tamayo, el muy buen bailarín malagueño que se mostró solvente tanto en la parte bailada como en el enorme peso dramático que tiene ese rol, con cambios de personalidad, dudas y una permanente caída.
Una obra excelente y muy bien montada que no hay que perder la oportunidad de ver en estas pocas funciones que quedan hasta el 21 de agosto.