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Textos sin pretextos

El miércoles pasado, a 79 años de su nacimiento y a 11 de su muerte, se lanzó, con poco pretexto cronológico y en su provincia natal, “El año Saer”, que celebrará al gran escritor con la justificación mediocre de que al finalizar los homenajes él habría cumplido 80 años.

Juan José Saer nació en Serondino, provincia de Santa Fe, el 28 de junio de 1937, y murió en París el 11 de junio de 2005. El miércoles pasado, a 79 años de su nacimiento y a 11 de su muerte, se lanzó, con poco pretexto cronológico y en su provincia natal, “El año Saer”, que celebrará al gran escritor que fue con la justificación mediocre de que al finalizar los homenajes él habría cumplido 80 años. No deja de ser encantador, ahora que la Alicia de Carrol impera en las carteleras, que el reconocimiento a su talento se imponga sobre la arbitrariedad del calendario.

Acaba de salir, editado por la editorial de la Universidad Diego Portales, de Chile, Zona Saer, de Beatriz Sarlo, quien fue su amiga cercana y, junto a María Teresa Gramuglio, su crítica militante y legitimadora que acompañó su carrera a través de reseñas en la prensa y lo estudió en su Cátedra de Literatura Argentina en la Uba. Vale la pena leer el recuerdo que dedicó a la memoria de su amigo en La Nación el fin de semana pasado, donde raramente Sarlo se permite la emoción y las anécdotas.

Bajo la dirección del poeta y crítico rosarino Martín Prieto, El año Saer anuncia la realización de un congreso internacional dedicado a su obra, el estreno de El limonero real, de Gustavo Fontán, sobre la novela homónima y bellísima que Saer publicó en 1974. “Amanece y ya está con los ojos abiertos”, quien lo leyó una vez no lo ha olvidado. La saga de esa “zona” donde se mueven Tomatis, Leto, Washington Noriega, el Matemático, grupo de amigos que van y vienen de una a otra novela, acabó por crear otro país, un mundo denso, escrito con la belleza espesa y lenta de su prosa. Lo imborrable, Glosa, Nadie nada nunca, los cuentos de En la zona, Palo y hueso, La mayor, Lugar, los poemas en un solo libro que se llamó con modestia El arte de narrar y sus ensayos sólo sobre literatura siempre. Toda esa obra se hizo en soledad y a partir de una obstinada fe en la literatura.

La literatura a la larga paga, decía su amigo Ricardo Piglia, y ponía el ejemplo de Beckett y Borges que hoy venden muy bien en diversas lenguas y en todo el mundo; es pena que el escritor casi no alcance a disfrutarlo. Así pasa con Saer, que tuvo una recepción lenta pero ahora, según declaró su editor amigo Alberto Díaz al diario La Nación, vendió entre 1994 y 2015 más de 400 mil ejemplares en 27 ediciones y 123 reimpresiones. Saer sonreiría acaso, ya que hizo su obra mientras no fue un profesor poco vocacional en la provincia francesa. “Viajaba todas las semanas en tren con su maletín, a dar sus clases”, contaba Juan Carlos Mondragón, su vecino en París. Saer fue durante muchos años un escritor para escritores o, más exactamente, para críticos. No es improbable que gran parte de las citadas ventas respondan a libros comprados por los estudiantes de letras. Hace unos años, aun después del lanzamiento de la colección Saer en Seix Barral, la profesora Beatriz Vegh quiso enseñarlo en Humanidades y descubrió que sus libros habían desaparecido de la plaza montevideana. Por suerte se habían comprado en la Biblioteca Nacional, pero no dejaba de ser absurdo tener que recurrir a la lectura en sala para acercarse a un escritor contemporáneo, cuando todavía estaba vivo. Son esos lectores entrenados los que ahora compran también libros que muestran su cocina de escritor, sus borradores, sus anotaciones íntimas, que salieron en Seix Barral como Papeles de trabajo I y II; Poemas, Borradores inéditos 3 y Ensayos, Borradores inéditos 4. Siguen produciéndose lecturas críticas y tesis sobre su obra. Al libro de Sarlo deben sumarse este año, en su país, El espesor del presente, de Florencia Abbate, y Juan José Saer: la felicidad de la novela, de Rafael Arce.

Ahora que tanto se lo compara con Borges, cabe preguntarse si acaso exista un lado oriental de Saer. En El río sin orillas, un ensayo con algo de memoria y mucho de poesía dedicado al Río de la Plata que hizo por encargo, Saer olvidó esta orilla oriental, y cuando estuvo en Montevideo reconoció que era la primera vez que estaba en Uruguay. Son, sin embargo, muchos los uruguayos que sin exigirle reciprocidad hacen, hacemos, un culto de su literatura y de su prosa. Él nos pagaba con su admiración por Felisberto y por Onetti. Hace unos meses Óscar Brando publicó en Buenos Aires La tercera orilla del río: sobre Juan José Saer. Y entre los nuevos escritores hay los que reconocen su legado: Martín Bentancor, el más visible y destacado, le dedicó un artículo aquí en Brecha. De modo que habrá que crear una recepción propia. Como se ve, no faltan voluntarios, y a un “no cumpleaños” uno bien puede autoinvitarse.

 

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