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Nos visita el Grupo Corpo, notable por varios motivos: por permanecer lejos de los centros de cultura y poder de Brasil, por ser desde el inicio y hasta ahora un proyecto familiar, y por haber mantenido por cuarenta años una vigencia y un nivel que lo colocan como uno de los grandes elencos internacionales de danza contemporánea.

El teatro Solís supo acostumbrarnos, durante años, a la llegada de grandes compañías de danza del exterior, entre las que tenían una impronta muy particular las brasileñas: Stagium, Deborah Colker y Grupo Corpo.

El Auditorio Nacional del Sodre retoma esa tradición que el mismo Gerardo Grieco, su director, había iniciado en el Solís. En esta ocasión nos visita el Grupo Corpo, notable por varios motivos: por ser oriundo de Belo Horizonte, Minas Gerais, y permanecer allí, es decir lejos de los centros de cultura y poder de Brasil, por ser desde el inicio y hasta ahora un proyecto familiar que incluye, generación tras generación, a varios miembros de la familia Pederneiras, y por haber mantenido por cuarenta años una vigencia y un nivel que lo colocan como uno de los grandes elencos internacionales de danza contemporánea.

Los cinco hermanos Pederneiras –y algunos amigos– arrancaron en 1975. Uno de ellos, Rodrigo, estudiaba danza en Buenos Aires, pero fue Paulo, vinculado al teatro en Minas Gerais, quien tuvo la iniciativa de fundar una compañía de danza. Su primera obra, Maria Maria, se estrenó un año después, con música de Milton Nascimento, guión de Fernando Brant y coreografía del argentino Oscar Araiz –por muchos años una influencia fundamental para Corpo–, y fue un gran éxito.

Corpo estuvo en Montevideo en 2006, durante el festejo de sus 30 años de vida, volvió en 2009, y ahora retornó para festejar los 40 con dos piezas maravillosas, Suíte branca y Dança sinfônica.

La primera tiene coreografía de Cassi Abranches, bailarina paulista que se integró a Corpo en 2001 y bailó allí de forma ininterrumpida hasta su retiro en 2013, continuando su carrera como coreógrafa independiente. La pieza, creada en 2015, usa una estupenda y ecléctica música de Samuel Rosa, con un aire retro de rock sinfónico de los setenta sumado a ritmos de base popular brasileña, y más. La iluminación, a cargo de Paulo Pederneiras, con una calidad que ya es un sello de la compañía, hace que la luz sea una protagonista más. Totalmente vestidos de blanco, los bailarines se mueven en un escenario despojado que como fondo tiene una especie de pared blanca e irregular que semeja un glaciar. El frío del blanco y la inminencia de la caída marcan el refinado desempeño técnico de los bailarines. Se destaca en particular un cuarteto de tres hombres y una mujer en el que, durante todo el fragmento, ella no toca el piso, con una muy lograda composición entre la pareja y los varones que van quedando libres.

La música de Dança sinfônica es una sinfonía creada por Marco Antonio Guimarães a pedido del director artístico, Paulo Pederneiras, para los 40 años de la compañía. Su tema es el recuerdo, y Guimarães entreteje motivos y fragmentos de otras obras importantes que ha compuesto para Corpo, mientras que Pederneiras, responsable de la coreografía, pasea por las imágenes de esas piezas, mayormente de su autoría coreográfica, pero generando siempre una obra nueva y distinta.

La escenografía y la iluminación también son de Pederneiras, que enmarca todo en telones rojo tipo terciopelo y coloca en el telón de fondo miles de pequeños rectángulos irregulares en diversos tonos de gris que recién al final se iluminarán frontalmente, revelándose como una colección de más de un millar de fotos que ocupan desde el piso hasta el techo y de lado a lado del escenario (ocho metros por 16), difíciles de distinguir en detalle aunque se comprende que representan los 40 años de Corpo, y que durante toda la obra están presentes pero no se ven claramente hasta ese momento. Un pas de deux con la única bailarina que no viste de rojo se transforma, por el desapego de la forma y por la excelencia técnica y compositiva, en un momento emotivo e inolvidable.

Grupo Corpo mantiene su altísimo nivel de calidad y también esa impronta tan brasileña de energía desbordante que lo hace arrollador, al punto de lograr el efecto de que el público (basta escuchar los comentarios al salir) llega a sentir la excitación de la danza y al mismo tiempo un agotamiento físico, como si hubiera bailado junto a los intérpretes.

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