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En casa

No importa la extensión. Cortos o más largos, los textos del ruso Anton Chéjov (1860-1904) resultan siempre un placer para el lector y, por cierto, como en el presente caso, para el espectador. Tal es el caso de “Locura de verano”.

“Locura de verano”

Pocos como él saben expresar los rasgos que caracterizan al ser humano, incluidas sus contradicciones. Amos, servidores y visitantes desfilan en sus páginas con una pintura definida en la que cabe siempre el toque de lo inesperado para terminar de colorear al personaje que, aunque caiga a veces en las garras del grotesco, no deja nunca de trasuntar la credibilidad que permite identificarlo.

Tales las características que revelan las siluetas que asoman en Un trágico a pesar suyo, El oso y El pedido de mano, las tres obras breves que el director Jorge Curi, en bienvenido regreso a la actividad, integra aquí bajo el mismo techo de la casa de campo estilo siglo XIX propuesta por la magnífica escenografía de Osvaldo Reyno. El hombre que, por largo rato, debe dejar de lado sus numerosas preocupaciones de índole familiar para acarrear la multitud de objetos que se le solicitan, la reciente viuda “inconsolable” que intenta despedir a un acreedor más que insistente y capaz de descubrir segundas intenciones, y la muchacha que, al principio, sin saberlo, recibe al vecino que viene a pedir su mano pero amenaza con armar una batalla verbal a propósito de una propiedad que asegura se le quiere quitar, constituyen los núcleos de las páginas mencionadas que Curi hace transcurrir sin que la acción se detenga un solo instante. Por más que cada una de las siluetas en juego se tome sus problemas a la tremenda –hasta un “trágico” se cuela en el primer título–, el humor irrumpe en cada tramo para regocijo de la platea, que reconoce a sus congéneres. Los giros de la bien elegida música acompañan las culminaciones de las diferentes historias antes de que el elenco en pleno del espectáculo salude a los espectadores que acaban de confirmar que, a pesar de que los relatos eran independientes, las figuras que los animaban podrían muy bien convivir bajo el mismo techo.

Fielmente vestidos por Soledad Capurro, los harto elocuentes Walter Etchandy y Pablo Isasmendi, en la primera, la sinuosa Pelusa Vidal, el agresivo Diego Rovira y la diplomática Sara de los Santos, en la segunda, y los muy festejables Carlos Frasca, Rosario Martínez y Manuel Caraballo en la última, llevan adelante su tarea sin perder el ajustado ritmo impuesto por Curi de manera que todo fluya hacia la armónica culminación.

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