Desde la adolescencia se decantó por la izquierda, a la que acompañó durante toda su vida. Pero su forma de entenderla y, sobre todo, de practicarla, no estaba ligada a la ideología sino a la vida sencilla, a la independencia de criterios, rehuyendo el dogmatismo y posando su mirada en los más débiles, a los que consideraba sujetos. Con los años, abrazó la defensa de la naturaleza y de las mujeres.
“Ni encabezo ninguna marcha, porque yo no encabezo nada, ¿quién soy yo para encabezar?, ni esta concentración es una concentración contra el gobierno, yo entendería que al revés, esta concentración está alimentada por una esperanza que elegimos, por una esperanza que compartimos todos de que el gobierno escuche otras voces, no sólo las voces que le urgen a tomar decisiones apuradas en relación con temas fundamentales para el país, porque hay decisiones que se toman en 15 minutos, o en 20 pero después tienen consecuencias durante siglos”, dijo Eduardo Galeano el 27 de mayo de 2005 en la plaza Libertad.
Fue el principal orador en un acto contra la instalación de la fábrica de celulosa Botnia en Fray Bentos. “Es nuestra mejor manera de ayudar al gobierno a gobernar. ¿Por qué? Porque este gobierno no nació de la oreja de una cabra y no fue votado por un señor que se llama mercado que parece que es el que nos está tomando los deberes.”
No sólo criticaba, daba argumentos y comprendía que la situación heredada por el primer gobierno del Frente Amplio era compleja. “Estamos viviendo, yo creo, no sólo el Frente y el gobierno sino el país todo, tiempos muy difíciles en que sin dudas el gobierno ha heredado un país hipotecado, endeudado hasta la manija, cuyos márgenes de soberanía se han estrechado, se han hecho cada vez más angostitos.”
Galeano destacaba que era difícil decir ciertas cosas a menos de dos meses de asumido el primer gobierno de izquierda, porque a muchos les sonaba exagerado defender el medio ambiente: “La defensa ecologista del medio, de la tierra, del agua y también de la salud humana parece una cosa de marcianos…”. Una década después, son miles los uruguayos que aprueban la decisión de Tabaré Vázquez, tomada días después de asumir su segundo mandato, de poner en marcha un plan para profundizar las medidas de control medioambiental en la cuenca del río Santa Lucía.
Que muchos ríos y arroyos del país están contaminados lo acaba de demostrar otra decisión del presidente: suspender el cobro de la factura de agua a los usuarios de Maldonado, ante la inocultable contaminación de Laguna del Sauce. Las palabras de una década atrás del “marciano” Galeano parecen premonitorias, y las autoridades deberían estar agradecidas ya que los críticos de ayer consiguieron lo que se proponían: “ayudar al gobierno a gobernar”.
PERIODISTA DE IZQUIERDA. Más que un ecologista acérrimo, Galeano era una persona de izquierda, por lo tanto, crítico, independiente, autónomo a la hora de reflexionar y tomar decisiones. Su izquierdismo no significaba la adhesión acrítica a una sigla ni el apoyo incondicional a un proceso de cambios. Apoyó la revolución cubana pero tomó distancia en sus momentos represivos, sin medir si su actitud provocaba simpatías o rechazos. Se identificó con el Frente Amplio pero supo oponerse a decisiones que no compartía. Una adhesión política anclada en valores éticos, éstos irrenunciables. Distancia, siempre, del poder.
Algunas de sus primeras crónicas revelan qué entendía por izquierda. O, mejor, que el ser de izquierda podía revelarse en los seres sencillos de carne y hueso, en la gente común, a la que raras veces iluminan los focos mediáticos. Un buen ejemplo de esa mirada son sus crónicas de los conflictos sociales a principios de la década de 1960, cuando era jefe de redacción de Marcha.
Cuando cubrió la llegada a Montevideo de la segunda marcha cañera, en marzo de 1964, los personajes que retrató fueron los niños, o don José Pereira de Souza, quien fuera teniente primero entre los guerrilleros brasileños de la Columna Prestes, “y que conserva, de aquella época, recuerdos y cicatrices, balazos que le encontraron el cuello y la cintura en la batalla de Goyaz y en un tiroteo en la fazenda Braulino, al borde del Matto Grosso” (Marcha, 13-III-64). Habla de los dirigentes, de Jorgelino Dutra, de Julio Vique y, por supuesto, de Raúl Sendic (Antonaccio), pero dedica amplio espacio a Marculina Piñeiro, “la más vieja… gastada por los años”. Marculina estuvo en el campamento de Itacumbú y en la primera huelga en Cainsa, y en la marcha cargaba a su nieta de dos meses. Recoge su testimonio, el más impactante de su extenso artículo: “Querían ganarnos por hambre. Pero por hambre, qué íbamos a perder. Estamos acostumbrados, nosotros”.
No era sólo un buscador de fragmentos, no sólo se trataba de un “topógrafo humano”, como lo describe el escritor argentino Jorge Fernández Díaz en La Nación. Tenía una mirada diáfana del momento que se vivía cuando, en 1962, titula “Mientras la marejada sube” a su reportaje sobre la huelga de ómnibus, de obreros frigoríficos y textiles: “El tiempo de la calma chicha, democracia, cielo sin nubes, los pajaritos cantan y la luna se levanta, toca a su fin. A nuevos tiempos, nuevos estilos (…) Quien no esté en condiciones de exhibir los colmillos en el momento oportuno, puede considerarse perdido; el grupo social o político incapaz de presión, está condenado, de antemano, a la derrota” (Marcha, 19-I-62). Con sólo 21 años tenía un panorama claro de lo que estaba por venir.
LOS MÁS CHIQUITOS. En 2008 le fue otorgado el premio Ciudadano Ilustre del Mercosur, con un acto en el paraninfo de la Universidad. Se recibieron mensajes de los presidentes de los países que lo integraban, además de los mandatarios de Chile, Venezuela y Bolivia. El recién electo Fernando Lugo viajó desde Asunción para la cita. Hubo intelectuales y artistas y parlamentarios. En cambio no estuvieron ni la ministra de Cultura, María Simón, ni el presidente Vázquez, quienes tampoco enviaron saludos. Parece evidente que no recibieron las críticas del homenajeado como una ayuda para su gobierno.
Cuando llegó su turno, Galeano habló largamente de la gente común, a la que una vez más citó, homenajeó y agradeció porque la considera la verdadera protagonista de la historia. “En 1978 cinco mujeres voltearon una dictadura militar. Paradójicamente toda Bolivia se burló de ellas cuando iniciaron su huelga de hambre. Y, paradójicamente, toda Bolivia terminó ayunando con ellas hasta que la dictadura cayó. Yo había conocido a una de esas cinco porfiadas, Domitila Barrios, en el pueblo minero de Llallagua. En una asamblea de obreros de las minas, todos hombres, ella se había alzado y había hecho callar a todos: ‘Quiero decirles estito’ –había dicho–. ‘Nuestro enemigo no es el imperialismo, ni la burguesía, ni la burocracia. Nuestro enemigo principal es el miedo y lo llevamos adentro.’”
De un plumazo batió varios parches. Conocía a Domitila, estuvo en una asamblea minera, valoraba a la lucha de las mujeres, en una Bolivia que el presidente ausente había desistido de visitar cuando la investidura de Evo Morales, en 2006. De Hugo Chávez, Galeano estimaba, especialmente, su estrecha relación con los más infelices; lo mismo le sucedía con Evo y Lugo, pero eso nunca lo apartó de la gente en la que se referenciaba.
Eduardo era un heterodoxo. Como corresponde a cualquier persona de izquierdas. Porque para las ortodoxias, ahí están las derechas. Tuvo gestos realmente conmovedores, pero quizá lo que lo pinta de cuerpo entero, políticamente hablando, sea su radical coherencia. En marzo de 2011 Galeano recibió el doctorado honoris causa de la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza). En el discurso habló contra la minería y se fotografió mostrando una camiseta que decía: “No a la minería contaminante”. En esos momentos, su amigo José Mujica defendía la instalación de la minera Aratirí. Prefería la coherencia.
Participó en congresos del Movimiento de los Sin Tierra en Brasil y en las más diversas asambleas de movimientos sociales. En 1996 estuvo en el Primer Encuentro Internacional por la Humanidad y contra el Neoliberalismo convocado por el Ezln en Oventic y en La Realidad, una aldea de la selva Lacandona.“Ha sido una experiencia emocionante, tenían que ser los pobres, los más generosos. Hemos comprobado que en Oventic sobra dignidad humana, generosidad y amor a la tierra y a la gente.” El comandante David mostró el agradecimiento zapatista: “Ya no nos sentimos solos, contamos con la presencia y apoyo de muchos, entre ellos de intelectuales como Eduardo Galeano”.