Desde tiempos inmemoriales se ha considerado al trabajo intelectual como situado varios escalones por encima del trabajo manual. La Ilustración y el pensamiento crítico heredaron esa idea, agregando que la combinación de ambos modos de hacer situaría a los individuos casi en las puertas del paraíso, ya que la complementación de manos y cerebro era el clímax de la evolución de la humanidad.
Pero una jornada de trabajo de ocho horas en un call center hubiera convencido de su error a los más conspicuos humanistas del siglo pasado. El Ministerio de Trabajo de Brasil acaba de comprobar afecciones entre los trabajadores del telemarketing, que van desde lesiones por trabajo repetitivo y síndrome de pánico (una de las más posmodernas enfermedades de la personalidad humana) hasta infecciones urinarias por la negativa de los supervisores a aceptar que vayan al baño cuando sienten la necesidad.
El tiempo de trabajo en los call centers sólo puede interrumpirse 20 minutos para el almuerzo y diez minutos dos veces para ir al baño. Cada operador tiene el audífono colocado en su oreja, en la que no paran de entrar sonidos (muchos gritos, ningún susurro, y los nefastos ruidos de corte de llamada) durante las ocho horas de trabajo. Detrás de ellos, un gerente hace su ronda dictando órdenes en voz alta mientras cada palabra pronunciada por el operador es grabada para que un equipo pueda comprobar si se atiene al guión de la empresa, que exige responder con “sonrisas de la voz”. Si no lo hace pierde bonos, con lo que su salario comienza a disminuir.
En los centros de atención al usuario de la gran banca brasileña el Ministerio de Trabajo comprobó infracciones que supusieron multas de más de cien millones de dólares. Más graves que las enormes deudas salariales de los call centers con sus empleados son los problemas psíquicos que afectan a los trabajadores, resultado de la presión patronal, de una organización del trabajo que impone autocontrol y respuestas que violentan la naturaleza humana, como ser simpático incluso con quienes se muestran agresivos del otro lado de la línea.
En Contax, que emplea a 14 mil personas –más del 80 por ciento menores de 30 años– que rotan con notable frecuencia, las denuncias de dolencias laborales superan el número de empleados. La empresa argumenta que favorece a la población por la creación de puestos de trabajo. Lo que no dice es que las lesiones psíquicas tienden a convertir sus call centers en máquinas de picar cerebros.