Mi padre falleció unos días después de que José Mujica ganara las elecciones. Unos meses antes, cuando el hombre que ahora se apronta a dejar el cargo visitó el pueblo, mi padre se acercó a saludarlo, llevándole como presente un ejemplar de mi primer libro. La dedicatoria decía algo como “Para nuestro futuro presidente, etcétera”.
Durante la campaña electoral, incluso antes, durante su gestión como senador y como ministro, Mujica comenzó a conquistar a una masa de votos muy particular: hombres y mujeres que, como mi padre, rondaban los 60 años, ocupados en labores campesinas, religiosos votantes de los partidos tradicionales, prontos a retirarse con jubilaciones paupérrimas, cansados de escuchar promesas y de ver cómo las oportunidades ni siquiera se esfumaban porque, simplemente, nunca...
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