La guerra, y después - Brecha digital

La guerra, y después

“Francotirador”, la película dirigida por Clint Eastwood está basada en el libro de memorias de un verdadero soldado asesinado en 2013. La polémica: la no inclusión de ninguna consideración política cuestionadora sobre la invasión a Irak y el tratamiento de héroe a su protagonista.

American Sniper

Bradley Cooper, con 20 quilos sumados a su humanidad, interpreta a Chris Kyle, el Navy Seal –la sigla alude, en inglés, a la condición de soldado de mar, tierra y aire– condecorado con cinco medallas por su desempeño como francotirador en la invasión a Irak, donde se le acreditaron 160 muertes más algunas decenas no confirmadas oficialmente. La película1 dirigida por Clint Eastwood está basada en el libro de memorias del verdadero Kyle, asesinado en 2013 por un veterano de guerra perturbado al que intentaba ayudar.

Kyle es un robusto muchacho tejano, arriesgado jinete de rodeos, a quien los atentados cometidos por terroristas musulmanes contra instituciones estadounidenses reavivan la chispa patriótica. El durísimo entrenamiento mostrado en la película sirve para advertir qué clase de fibra se espera de estos jóvenes patriotas para que sean útiles a los efectos guerreros. Su enamoramiento y casamiento previos a su viaje a Irak, pese a su origen documental, no dejan de parecer un manido truco de libreto, ya que inscribe a la película en la lista poblada por otros cientos en las que una mujer reclama a su hombre por su entrega al “deber”, la clásica división entre la demanda hogareña y ese mundo heroico que sólo pueden comprender los camaradas. Y ese “mundo heroico” y de viriles camaraderías es donde el viejo Clint se mueve como pez en el agua. Una guerra urbana en calles, casas y azoteas de ciudades que parecen vacías, con el enemigo cercano en la mira de la ametralladora pero escurridizo como la arena en la atmósfera polvorienta. El “Carnicero” es como el equivalente y opuesto de Kyle –al que sus camaradas llaman “Leyenda”–, ambos prácticamente infalibles, aunque el filme se encarga de subrayar la crueldad del musulmán en una terrible escena en que los soldados yanquis miran desde una azotea cómo éste liquida a los hombres de una familia, empezando por un niño. Tanquetas que avanzan temibles en tomas frontales, diálogos mínimos, calmas que preceden a estallidos de sofocante nervio, el soldadito que acaba de sostener un diálogo afectuoso con el protagonista –y por lo tanto es identificado por el espectador, en medio de tanto casco y caras ennegrecidas por el polvo que los igualan a todos– y que inmediatamente después recibe la descarga que lo liquida. Un relato tenso y austero –y en el que la escena de acción de mayor impacto culmina en una pantalla totalmente ennegrecida, que se atreve a permanecer en ese estado de no imagen durante unos segundos– de una guerra que no se discute ni se explica más allá de los sentimientos de Kyle, una suerte de guerrero primitivo que se siente sin fisuras un defensor de su país y su familia. Sus regresos al hogar, entre las cinco incursiones que hizo, al parecer mucho más que lo que se suele exigir, van marcando la no pertenencia de Kyle a la cotidianidad hogareña, su dependencia espiritual con el frente que dejó. Sólo el poder acercarse a otros veteranos que salieron de la guerra con secuelas más visibles e irremediables parece poder instalarlo en una especie de espacio particular, en el que puede ser parte a la vez de la vida normal y de lo que quedó de esa guerra en su vida y en la de sus camaradas. (Se trata de mostrar, según el mismo Eastwood, lo que le sucede a aquellos que la guerra dejó atrás.)

Pero en el mismo Estados Unidos la película ha desatado una polémica sustanciosa –y un éxito de taquilla excepcional, más seis nominaciones al Oscar–. La no inclusión de ninguna consideración política cuestionadora sobre la invasión a Irak, el tratamiento de héroe a su protagonista, el que le dan el ejército y sus compañeros, que puede ser un dato histórico, pero también la película, que alcanza un clímax emocional en ese final de recogida enjundia patriótica, con el féretro de Kyle recorriendo calles pobladas por multitudes embanderadas al son de una música de tonos a la vez fúnebres y bélicos, han merecido, entre otras cosas, la ácida crítica de Michael Moore y la leyenda “Asesino” sobre un afiche promocional del filme. Para completar, el apoyo de la ex candidata republicana Sarah Palin. En resumen, una oportunidad de recordar más a Clint Eastwood como el tipo que habló mal de Obama que como el autor de Río Místico, Gran Torino o Las cartas de Iwo Jima.

A los 84 años, el último clásico del cine de Estados Unidos –así lo consideran muchos, nuestro Rony entre ellos– sigue arreglándoselas para remover el avispero de un país con muchas cuentas propias que arreglar, y que el cine refleja según las posibilidades y talento de cada cineasta. Es que el viejo Clint será el último clásico –o no– pero sigue siendo, nunca dejó de serlo, “americano”.

1. American Sniper. Estados Unidos, 2014.

http://youtu.be/ZT06OYmA_5s

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