Regreso sin gloria - Brecha digital

Regreso sin gloria

A pesar de las medidas que viene tomando desde 2008 el Ministerio de Relaciones Exteriores para facilitar la reinserción, volver a Uruguay sigue siendo complicado. Investigaciones recientes demuestran que los retornados tienen más difícil el conseguir empleo que la población no migrante.

Foto: Alejandro Arigón

Detrás de esta dificultad se esconden las reacciones de una parte de la sociedad reticente a dar la bienvenida, y una discusión aún no resuelta sobre hasta qué punto es justo aplicar una política sectorial.

“Llego siempre a las finales. Las consultoras dicen que las empresas terminan diciendo que requieren perfiles más júnior”, cuenta Mauricio. La edad es uno de los problemas. Aunque la mayoría de los retornados tiene entre 30 y 39 años, hay un sector considerable de más de 40. Empujada por la cancillería, la Oficina Nacional de Servicio Civil emitió en 2012 una circular recomendando eliminar el límite de edad en los concursos públicos. Pero el mercado de trabajo es fundamentalmente privado. Mauricio es licenciado en comunicación y especialista en relaciones laborales. Terminó de consolidar una amplia experiencia empresarial en el rubro telecomunicaciones en República Dominicana. Cuando llegó a la isla, hace nueve años, consiguió trabajo casi enseguida, a través del periódico, en una empresa multinacional que requería crear una gerencia desde cero. Volvió en 2011, sin trabajo pero con un buen currículo. Similar es el caso de Andrea, que estuvo fuera 20 años. Sus 42 años llaman la atención. Parece de 30.

Al igual que Mauricio en Dominicana, Andrea, que emigró a Venezuela, había logrado tener una vida desahogada. Empezó de cero y tuvo su etapa de doble jornada laboral, pero al cabo había logrado insertarse en una empresa multinacional y mejorar su calidad de vida. Regresó en 2012. Empapeló la ciudad con su currículo, y fue recortando sus antecedentes y aspiraciones salariales. Cuando ya estaba tan desmoralizada como para llorar y escupir su estado en las redes sociales, lo hizo. Ahí fue cuando una amiga movió sus contactos entre los que le debían algún favor. Desde hace seis meses Andrea trabaja nueve horas, cumpliendo tareas que no corresponden a lo que establece su contrato, por poco más que un salario mínimo. Llega a fin de mes porque es buena administradora, pero se pregunta cómo hace la gente.

Para Susana es más complicado. Tiene 60. Fue de las que estaba endeudada en dólares cuando estalló la crisis de 2002. Tenía una empresa de venta y distribución de libros con la que había logrado alcanzar un “lindo estándar de vida” para su hijo y su familia. Primero se fue a Nueva Jersey, donde trabajó un año en una casa de familia, y luego a Barcelona. Allí, cuenta, terminó de pulirse como profesional en ventas. También empapeló Montevideo con currículos cuando regresó en 2012. Luego de golpear muchas puertas sin ningún éxito consiguió un trabajo de nueve horas diarias a 60 pesos la hora, en la mano y sin aportes a la seguridad social. “Tú te fuiste, no te quedaste como nosotros a juntar botellas y a comernos los mocos”, fue una de las respuestas más duras que recibió desde que regresó de Barcelona. Al igual que Mauricio, durante su estadía mandaba plata todos los meses: él para ayudar a la familia y desahogar alguna que otra deuda ajena; ella para amortizar las propias, sostener la casa y a su hijo.

Ana trabajó gratis en varios proyectos en el ámbito privado con promesas de contratación que nunca llegaron. “Me metí en todo lo habido y por haber, probé con seguros y no funcionó; tuvimos que vivir con mis padres porque no lograba una economía que me permitiera pagar un alquiler.” Tuvo tres oportunidades interesantes, “pero el tema era siempre el mismo; me exigían la habilitación del título, no había manera de ejercer”. Desde que llegó a Uruguay lucha por la homologación de sus títulos de licenciada en historia y magíster en estudios latinoamericanos. Como Mauricio, los motivos económicos no figuran entre los factores que motivaron la decisión de volver. No es fácil vivir en una isla caribeña, explica él. Además quería que su hijo tomara contacto con sus raíces. Le molestaba cuando venía de vacaciones y a los dos días el niño quería regresar. “El espíritu nacionalista que aún conservaba…Hoy conmigo eso no va, soy ciudadano del mundo”, pero en aquel momento pesaba. “Siempre estaba eso de querer regresar. Cuando te tomas un avión y te vas un tiempo largo, o no tienes fecha de regreso, siempre estas con ese anhelo de volver.”
Por su parte, Ana tenía en México un puesto estable de docente e investigadora en régimen de dedicación total. Quería sin embargo que sus hijos crecieran en un entorno más libre que el que ofrecía el Distrito Federal. “Montevideo conserva algunas bendiciones –comenta–, todavía se puede respirar y alcanzas a ver el color del cielo; hay más respeto por los espacios naturales; no tienes que pagar para ir a la playa y además la familia está cerca.” Sabía que no sería fácil, y estaba dispuesta a empezar de cero, pero pensó “equivocadamente que por ser uruguaya y con la formación que traía, con voluntad y mucho esfuerzo era suficiente para alcanzar condiciones de vida digna”.

Su historia es la de un doble retorno. Primero vino en 2005 y a los tres años tuvo que volver porque su situación económica era insostenible. Planificó mucho mejor la segunda vuelta. “Vine un poco más realista.” Hoy tiene 30 horas de docencia en la Utu. Sus “no títulos” la mantienen en el lugar más bajo del escalafón. Todavía no le alcanza, pero con la ayuda de sus padres pudo alquilar. Cuenta con detalle todas las excusas, absurdas algunas, que le dieron en la Facultad de Humanidades de por qué el trámite de homologación no se destrancaba, cómo se extravió el expediente. Sabe que hoy está más cerca de que el asunto se resuelva, “pero también sé que van nueve años”, y que si la hacen cursar materias de historia nacional, como tal vez suceda, tendrá que esperar un tiempo más.

YA NO SOS EL QUE ERAS. “Me encontré con dos Uruguay”, relata Ana. Uno, el de sus recuerdos, “de gente hospitalaria con gran sentido comunitario”. Otro “bastante hostil, desconfiado, competitivo e individualista”. Cuestiona las posturas rígidas, “excesivamente legalistas” que traban una inserción donde tal vez hace falta. Siente que le reprochan no haber estado; sin embargo, replica, “no saben lo que uno ha vivido”. “Se interpreta que venís a competir, a desplazar, y de ninguna manera… Este tipo de interpretación me chocó emocionalmente.”

“Hay una idea de que nosotros nos creemos más de lo que somos; que porque nos hemos formado afuera queremos venir aquí a hacer de aplanadora”, comenta Mauricio, que pudo percibir cómo esta idea estaba presente incluso entre sus conocidos. “Me di cuenta de que me veían como al jeque árabe…En aquel momento, antes de vivir aquella realidad, me veían como a un igual. No regresó el Mauricio que se fue. Tampoco regresó el Mauricio que estaba fuera, el de poder, el de plata, el que bancaba.” No recibió ayuda de sus contactos, cuenta. Algunos, con “altos cargos”, cuando vieron su currículo no volvieron a mencionar el tema. Lo empezaron a invitar cada vez menos a los partidos de fútbol. De a poco se dio cuenta de que para ellos el Mauricio retornado era una amenaza, un competidor.

DERECHO O PRIVILEGIO. Con la crisis de principio de siglo se fue el malón. Entre 2000 y 2005 emigraron 120 mil uruguayos, principalmente rumbo a España y Estados Unidos, jóvenes de entre 20 y 30 años, cerca del 70 por ciento con educación media completa. Los más altamente calificados se dispersaron por países de Latinoamérica, otros fueron a Europa. En 2002, año en que se registran los peores índices de desempleo y caída de salario per cápita, el saldo migratorio registró un pico negativo de 28 mil personas, según los registros de entradas y salidas del Aeropuerto de Carrasco. Uruguay, que desde la década del 60 había dejado de ser un país receptor de población, experimentó su período de mayor expulsión durante la dictadura militar. Y si bien la restitución democrática trajo consigo una oleada masiva de retornos, ésta no logró lo que el fenómeno de retornados recientes: revertir la tendencia negativa del saldo migratorio que hoy oscila en el punto de equilibrio. Según datos aportados por Martín Koolhaas, investigador del Programa de Población de la Udelar y asesor del Instituto Nacional de Estadística, de 2005 a la fecha volvieron al menos 5 mil uruguayos en promedio por año, con un pico en 2012.
“Tiendo a pensar que ese movimiento fuerte está comenzando a frenarse, y también muchos retornados pueden haber vuelto a emigrar.” No hay datos que permitan cuantificarlo, ni circunscribir el fenómeno a razones únicas. “El tema de la inmigración es una decisión personal, familiar y de vida”, sostiene Lourdes Bonés, quien encabeza la Dirección de Asuntos Consulares y Vinculación de la cancillería. “Hay quienes pueden tener dificultades por fallas que nosotros hemos tenido, el esfuerzo ha sido enorme aunque todo es perfectible. Pero las situaciones de retorno son infinitas. Hay un grupo de gente que no logró adaptarse, que te dice ‘allá tenía un determinado nivel de vida’, y acá no puede, que no es el proyecto que quiere para su vida. Y es válido. Tampoco es poca gente la que tuvo una inserción exitosa.” Pero hay estudios que constatan que la condición de retornado introduce un factor más de desigualdad en la probabilidad de estar empleado, a pesar de que aquellos que regresan tienen mayor formación que la media de la población no migrante.1 Las hipótesis para explicarlo aluden al debilitamiento de las redes de contacto y a una insuficiente planificación de los retornos.

Con relación a esto la cancillería se ha esforzado en explicar “desde los consulados, desde la página web, lo que implica el retorno y las posibilidades que hay. La gente tiene que informarse; después acá se extreman los esfuerzos, pero hay cosas que no podemos solucionar”.

“El uruguayo que retorna trae un plus de cosas muy interesantes que tenemos que saber aprovechar”, se insiste sin embargo desde la cancillería, que apuesta a ampliar la capacidad del país para absorber el capital humano y físico que traen consigo los retornados. El programa Utu Sin Fronteras, surgido en 2010 como producto de un acuerdo entre el Ministerio de Relaciones Exteriores, la Utu y el Grupo de Retornados (GR), ha resultado exitoso para mitigar el problema del acceso al trabajo y al mismo tiempo cubrir una demanda local: se acreditan saberes para el caso de personas con años de experiencia de trabajo en determinados oficios pero sin títulos, y se habilita un mecanismo para que puedan dar clase en los distintos servicios que ofrece la Utu.

¿Por qué no se implementan más medidas de este tipo?, se pregunta Julio Bóffano, vocero y fundador del GR. “Quizás porque la gente que ya está trabajando no le gusta percibir que otro puede tener algún tipo de beneficio.” El planteo roza una discusión no resuelta a nivel social: ¿hasta qué punto es justo beneficiar a un sector cuando los problemas que se pretenden mitigar lo trascienden? “Se trata de dar las condiciones mínimas para una reinserción igualitaria, nada que genere más derechos, también para no alimentar esta discusión absolutamente infundada.” Boné se refiere a las reacciones de buena parte de los uruguayos frente a la visibilidad que han cobrado las demandas de los retornados. “‘Si se fueron cuando las cosas estaban mal, ahora qué vienen a reclamar…’; es innegable que un gran porcentaje de la sociedad siente eso”, apuntó. “Tanto irse como volver es un derecho, nosotros trabajamos desde esa perspectiva. No hay más discusión al respecto.” n

1. “Retorno reciente y empleo: los casos de Ecuador, México y Uruguay”, investigación realizada por Koolhass y Victoria Prieto, en: Población y trabajo en América Latina. Abordajes teórico-metodológicos y tendencias empíricas recientes. Rio de Janeiro, Alap, 2013.

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