Este sábado y domingo salí con unos amigos en bicicleta camino a las Highlands. El destino era un camping en las afueras de Edzell, un bonito pueblo en el condado de Angus, donde empieza a ponerse interesante la geografía de valles y montañas y donde está el río Esk, paraíso de pescadores de salmón y con unas “rocas de la soledad” donde se forman cataratas y desfiladeros que parecen salidos de un videojuego del Señor de los Anillos. Era el último fin de semana antes del referéndum por la independencia de Escocia. Para cuando salga esta nota ya sabremos qué futuro tendrá esta nación a partir de este año del octavo centenario de la batalla de Banockburn, cuando los escoceses leales a Robert the Bruce vencieron a los ingleses liderados por Eduardo II.
El referéndum estuvo muy presente el fin de semana, no sólo en las charlas entre los cuatro amigos ciclistas, sino también mediante los carteles en las ventanas de las casas y los apoyados en cilindros de heno en los campos recién cosechados de trigo, cebada o colza de esta zona, granero del país. En general había signos del Yes (sí a la independencia) en las casas de los pueblos, y signos del No en los campos –los granjeros, como la mayoría de los agricultores y ganaderos del mundo, tienden a ser conservadores, y la unión con Gran Bretaña ha sido el statu quo desde 1707, cuando se juntaron las coronas y los parlamentos de Inglaterra y Gales por un lado, y Escocia por el otro.
Mis tres amigos tienen bien claro que van a responder que sí a la pregunta de la papeleta: “¿Debería Escocia convertirse en una nación independiente?”. El debate ha sido extraordinario, interesante y siempre pacífico en este último par de meses, y ferviente en estos últimos días. En un país donde el voto no es obligatorio se ha registrado para hacerlo más del 95 por ciento de la población escocesa, con un pronóstico del 85 por ciento de asistencia a las urnas.
El primer ministro británico, David Cameron, de apellido y antepasados escoceses aunque vivió toda su vida en Inglaterra, ha venido dos veces en menos de una semana. La primera vez canceló la sesión semanal en que responde a preguntas de los diputados en el parlamento, y vino acompañado de los líderes de los otros dos partidos, el laborista Milliband y el liberal Clegg. En su segunda visita, la emotividad de su mensaje lo llevó al borde de las lágrimas. Los cínicos dicen que será por pensar en su propio futuro, pues la escisión del país lo dejaría muy mal parado. El anterior primer ministro, el laborista Gordon Brown, escocés de Kirkaldy, ha jugado su papel para asegurar la oferta, confirmada en estos días, de una mayor autonomía al parlamento escocés si se quedan en la Unión. El primer ministro galés también anduvo por aquí para rogar a los escoceses que no se vayan.
A tres días de las elecciones hubo una manifestación de cariño hacia Escocia de parte de los vecinos del sur en la plaza Trafalgar de Londres. Los novelistas Martin Amis e Irvine Welsh hablaron sobre el tema desde Estados Unidos, donde viven. El primero, inglés de clase media y en algún momento vecino de San Ignacio en Maldonado, pues está casado con una uruguaya, expresó su triste incomprensión frente a este auge nacionalista; el segundo, la figura más conocida del renacimiento literario escocés de los noventa y que ha mostrado a los marginados y drogadictos de Edimburgo, que la gente no sabía existían, estuvo orgulloso de la energía cultural y vital de su país.
Los argumentos se han configurado sobre todo en dos campos, el de la democracia y el de las finanzas. El primero es el que da más fuerza al bando del Yes, pues señala la indiscutible verdad de que este gobierno de alianza entre los conservadores tories, en mayoría, y los liberales en minoría, no representa los votos de los escoceses, pues aquí hay, según frase que ha tenido fortuna, más osos panda (dos) que diputados conservadores (uno). Los del No dicen que esto es cosa contingente, que habrá otros gobiernos en Westminster –aunque no dicen, sobre todo los laboristas, que el futuro sin el voto socialista escocés les costará muy caro–. El caso económico, para los del Yes, es que tendrían control sobre los recursos de su petróleo, turismo y whisky, entre otras riquezas que ahora van desproporcionadamente al fisco británico. Los del No amenazan con que los escoceses no podrán mantener la libra ni ser parte de un banco nacional británico y que perderían su puesto en la Unión Europea, con todos los beneficios económicos que conlleva, y citan además la subvención de la fórmula Barnett, que favorece a los escoceses más que a otras zonas del país. Y no hay economista que aclare el asunto definitivamente.
Pero el argumento tiene además una fuerte dimensión afectiva, como es natural en el nacionalismo. Uno de mis compañeros ciclistas dijo que no son los detalles prácticos lo que cuenta, sino el impulso del corazón y de la identidad, pues lo que quieren los escoceses es la oportunidad de forjar y controlar su propio destino. Los británicos, por su parte, insisten en que toda esta isla, y el pedazo del norte de Irlanda, es una gran familia y que les dolería perder a sus primos.
Es raro mirar el debate como uruguayo y notar los ecos del artiguismo: ni Artigas ni Lavalleja querían la independencia de la Banda Oriental, sino la integración en un gobierno federal, y les hubiera gustado, en general, el sistema de autonomías que se ha venido formando en estas islas. El quedarse como parte de esa entidad mayor les evitaría a los escoceses los complicados (aunque fascinantes) esfuerzos de historiadores como Pivel Devoto por justificar la existencia de un pueblo pequeño.
Si el No ganara, como lo indican los sondeos, la mayoría quedará bastante contenta, pues ya se sabe que los del Yes lograrán un aumento en autonomía: el “devo[lution] max”, algo que en su momento Cameron descartó como una de las tres opciones que los nacionalistas querían ofrecer al electorado. En la desesperación de estos últimos días, los líderes de los tres partidos principales prometieron lo que se ha dado en llamar “devo supermax”. Así es que Alex Salmond, el primer ministro escocés, tendrá asegurado un puesto en la historia, como responsable de este logro. Según mis ciclistas, el veredicto popular será como en el fútbol escocés: el equipo dio todo de sí, como siempre, pero al final el destino los defraudó. Algo así como la garra charrúa.
[notice]¿Cómo cambiarían las cosas si ganara el Yes?
La supremacía de Inglaterra en el nuevo Reino Unido naturalmente sería mayor en cuanto a población –92 por ciento en vez del 88 actual–.
¿Seguirán Gales e Irlanda del Norte el ejemplo de Escocia?
Poco probable, al menos en el corto y mediano plazo. Hay poco interés en Gales (12 por ciento a favor en el último sondeo; 74 en contra). En Irlanda del Norte sigue habiendo más protestantes que católicos (aunque se van acercando los porcentajes –48 y 45 respectivamente–), pero la situación económica, con fuerte subvención del Reino Unido, sigue haciendo a esa zona más atractiva que la República al sur.
¿Podrá Escocia entrar en la Unión Europea?
No está claro: España podría bloquearlo por miedo a que Cataluña aspire a lo mismo, pero sería raro que un país como Escocia no entrara cuando entran otros menos poderosos económicamente. Habrá algún arreglo, seguramente.
¿Cómo será la frontera?
Como Escocia quiere incrementar su población mediante inmigración cualificada, Inglaterra con seguridad pondrá controles al paso.
¿Qué moneda se usará?
El euro no, por ahora por lo menos, porque no serán miembros de la Unión Europea enseguida. El gobierno escocés dice que será la libra esterlina, pero en Inglaterra ni los bancos ni los políticos, por lo menos en las declaraciones que han hecho hasta ahora, ni el público en general (según un reciente sondeo) están dispuestos a compartirla. Los nacionalistas dicen en su página web que hay sólidas razones económicas para continuar con la misma moneda porque los dos países comparten empresas, una similar productividad, y fuerte movilidad de empleo en todos los sectores.
¿Qué pasará con la porción de la deuda externa que heredará el nuevo país? Sería proporcional a su población, y Londres ha usado este argumento para inspirar miedo, vinculándolo al de la moneda: sin moneda sólida, los intereses serían más altos en Escocia.
¿Las consecuencias para el Reino Unido?
Perfil algo reducido en Europa y en el mundo, y un duro golpe al gobierno actual, que habrá perdido un gran trozo de su territorio, y al partido Laborista, por los votos de una zona tradicionalmente de mayoría socialista. El deporte también sufrirá, pues en los últimos juegos olímpicos los escoceses se llevaron 14 medallas de las 56 ganadas por el Reino Unido, aunque sólo representaron el 10 por ciento de los atletas. En Rio 2016 irían como Escocia, y Andy Murray ya dijo que lo haría en tenis. En fútbol las cosas no cambiarán.
¿Qué símbolos patrios? La saltire o bandera de San Andrés (aspa blanca sobre fondo azul) continuará siendo el pabellón escocés, y a su vez desaparecería de la Union Jack británica. En cuanto a himno, lo decidirá el parlamento escocés, pero con seguridad dejará de ser el God save the Queen, donde se expresa el deseo de aniquilar a los escoceses (Rebellious Scots to Crush); buenos candidatos serían Flower of Scotland, Scots Wha Hae, y Caledonia.
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Qué pasaría con el petróleo
El petróleo del mar del Norte ha sido durante décadas objeto de tanta especulación como el monstruo del lago Ness. No en vano es una de las cuestiones fundamentales en la discusión de la posible independencia de Escocia.
Esta es una industria que genera casi medio mi-llón de puestos de trabajo a lo largo de todo el Reino Unido.
Según la patronal de hidrocarburos británica, alrededor de 42.000 millones de barriles han sido succionados del mar del Norte desde que en 1967 se empezó a producir gas. El crudo llegó en 1975. El pico máximo de producción se dio en 1999. Desde entonces no ha hecho sino caer.
Antes que nada, vale la pena tener en cuenta que cuando se habla de petróleo del mar del Norte se hace referencia a todas las reservas de la plataforma continental británica. Eso incluye nuevos descubrimientos al oeste de las islas Shetland, que están en el océano Atlántico. En general hay cierto consenso en que todavía quedan zonas por ser exploradas y que son potencialmente ricas en hidrocarburos.
Tanto el gobierno británico como el escocés se han propuesto aprovechar ese potencial al máximo.
Los ingresos en concepto de impuestos varían en función del precio del crudo. Según el Departamento de Energía y Cambio Climático, su máximo histórico fue en 1985, con 42.000 millones de dólares. En 2013, esos ingresos supusieron 7.600 millones, bastante menos que los casi 10.000 millones de 2012.
En los últimos años, el precio por barril se mantuvo relativamente estable.
La Oficina de Responsabilidad Presupuestaria, creada por el gobierno británico, prevé que los ingresos de todo el país por el petróleo del mar del Norte caigan a algo menos de 5.700 millones de dólares en 2018.
El gobierno escocés cree que algo más de 9.100 millones de los casi diez mil son generados en aguas escocesas. Y sus predicciones para el “sector escocés” para 2018 varían de 5.200 hasta 13.000 millones.
QUÉ DICEN LOS INDEPENDENTISTAS. Los que hacen campaña a favor de la independencia acusan al gobierno de Londres de ocultar el potencial petrolero del mar del Norte durante los años setenta para no fomentar el nacionalismo escocés. Y consideran que Londres desperdició el ingreso petrolero al usarlo para financiar la reforma planificada por la ex primera ministra Margaret Thatcher.
Entonces se apuntaló la libra, con la consecuente pérdida de competitividad del sector exportador.
Esos recursos también se usaron para distribuir ayudas para los millones de personas que trabajaban en la industria pesada –gran parte de la cual cerró en aquel proceso de reconversión– y que terminaron desemplea-das. También acusan al gobierno actual, así como a la oposición laborista, de poner en peligro las inversiones con periódicas subidas de impuestos para la industria.
Los nacionalistas apuntan al modelo de Noruega, que invierte la bonanza petrolera en el que se considera el mayor fondo soberano de inversiones del mundo. No es tarde, consideran, para que Escocia adopte un camino de prosperidad.
QUÉ DICEN LOS UNIONISTAS. Aquellos que no quieren que Escocia se independice tienen un eslogan bastante ilustrativo: “La independencia es para siempre, el petróleo no”. Acusan al Partido Nacionalista Escocés de inflar las cifras de ingreso petrolero para intentar favorecer el “Sí”, aunque luego vayan a tener que revisarlas a la baja.
Además, señalan que no tiene sentido decir que el dinero del petróleo fue desperdiciado.
Al contrario, dicen, millones de libras han sido destinadas a mejorar el sistema de salud escocés, construir mejores escuelas y pagar pensiones. Incluso, afirman, Escocia tuvo déficit presupuestario en 20 de los últimos 21 años, así que no se podrían permitir ese fondo al estilo noruego que planean sin subir los impuestos o hacer recortes en el gasto público.
Los políticos unionistas alegan que la diferencia entre los ingresos cuando el petróleo está alto y cuando está bajo es equivalente al presupuesto entero del servicio de salud pública escocés y que, sin el apoyo del Reino Unido, Escocia no podrá hacer frente a la volatilidad del precio del barril.
(Extractado de la página web en español de la BBC).
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