2019 - Brecha digital

2019

Anuario.

Este es el segundo año en que Brecha ofrece a sus lectores un anuario con la recopilación de sus mejores artículos, una idea que tal vez llegó tarde para un semanario que en 2020 celebrará sus 35 años. La selección de textos y fotografías –que no escapa a la subjetividad de los editores– pone en evidencia nuestras obsesiones, investigaciones y reflexiones. Aquí están los temas que han aparecido este año, pero también aquellos que se repiten a lo largo del tiempo y permiten al lector consecuente del semanario trazar continuidades que ayudan al análisis y a la comprensión global de los asuntos.

El año electoral, por ejemplo, evidenció que, aunque con un poco de rezago, Uruguay no es ajeno a la tendencia regional y mundial: el oficialismo perdió las elecciones (aunque no estrepitosamente, gracias a la gimnasia de las bases frenteamplistas); la derechización del electorado desplazó a la izquierda radical del Parlamento, que, a su vez, le dio la bienvenida a un partido verde; un par de empresarios tuvieron sus minutos de fama durante la campaña, y se consolidó una ultraderecha que formará parte del gobierno de coalición.

Desde marzo, las inquietantes facciones de Guido Manini Ríos se volvieron cada vez más frecuentes en los medios, a partir de la difusión de los fallos de los tribunales militares y su consecuente destitución como comandante en jefe del Ejército. Antes de eso, ya tramaba su candidatura. Como reveló Brecha, Manini participó en al menos dos reuniones políticas a espaldas del presidente, Tabaré Vázquez, que le dieron sus buenos frutos. El general retirado tendrá seguramente algo más que un papel de reparto durante la administración de Luis Lacalle Pou. No sólo porque su bancada parlamentaria es decisiva para darle gobernabilidad, sino también porque parte de su disputa política es en el campo discursivo. Su objetivo es claro y conocido: erosionar las subjetividades para restablecer el orden patriarcal y capitalista, como en la dictadura.

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Si de expansión se trata, el verano pasado la mancha cianobacteriana duplicaba el tamaño del departamento de Montevideo. No había terminado la primavera y el verdín ya estaba de nuevo, nada menos que en Barra de Valizas. La prosperidad agroexportadora evidenció escandalosamente sus costos sin que la administración progresista, dividida interiormente al respecto, ofreciera una respuesta convincente.

Este año, también, continuó crujiendo el viejo orden de género. Las grietas dejan ver ahora mundos insospechados: el de los más de 30 mil uruguayos nacidos intersex, por ejemplo, disciplinados a cirugía. El pánico ante el desmoronamiento del viejo orden no sólo volvió a verse en la respuesta individual del femicida: cuajó en organizaciones sociales, en proyectos políticos de regresión, crecientemente explícitos. Explícitos y populares, con inserción verdadera en barrios de viejos dolores acumulados, allí donde siempre pareció más sensato esperar de los dioses que de los hombres, donde el Estado ha sido sobre todo cuartel, el noreste montevideano, donde Brecha gastó bastante suela este año.

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Con el ocaso del gobierno frenteamplista, 2019 marcará el final de una etapa en términos de políticas culturales, que tuvo grandes luces (entre las que se destaca el florecimiento de la producción de cine nacional, además de un indudable crecimiento y expansión de las artes escénicas) y también grandes sombras si pensamos que los métodos de asignación de fondos y recursos no priorizaron lo suficiente el trabajo con el arte como posible herramienta de cohesión social. Por otro lado, en distintas áreas y disciplinas es notoria la consolidación de colectivos independientes que luchan por la modificación de sus mecanismos de acceso y producción, disputando el campo cultural desde la sociedad civil y proyectándose, con fuerza, hacia el futuro. Esas formas de organización colaborativas y solidarias serán, sin lugar a duda, núcleos de resistencia fundamentales para la defensa de los derechos conseguidos en estos 15 años.

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Este fue el año de las revueltas y los estallidos. Gobernantes que parecían eternos y sistemas que se decían modélicos se vinieron al piso en cuestión de pocas semanas, y a veces, de pocos días. En algunos casos, como en Bolivia, el viento rebelde de la calle fue aprovechado por tendencias reaccionarias que están en auge en el mundo. Fuerzas nacionalistas y militaristas a lo largo del planeta volvieron a mostrar su desprecio a las libertades democráticas al arrestar a Julian Assange en Londres por su labor como periodista o amenazar las condiciones que hacen posible la vida humana en la Tierra, y dieron aliento y justificación a los incendios en la Amazonia.

Sin embargo, en otras latitudes la ráfaga de protestas ha abierto un período de resistencia creativa y acción liberadora, con Chile como vanguardia y espejo latinoamericano de un impulso que se replica en los cinco continentes, y con la resistencia indígena y feminista en Bolivia como recuerdo de que la batalla recién empieza. Hay décadas en las que no pasa nada, dice una conocida frase, pero hay semanas en las que pasan décadas, y el año que termina es un buen ejemplo de ello.

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